La forma del agua
Es cierto que Guillermo del Toro ha pagado un par de veces el precio de sus virtudes. Ti tan es del Pacífico o La cumbre escarlata son películas de una gran fuerza visual, sabrosamente llenas de guiños y homenajes al cómic, la tv, la literatura y el cine, películas llenas de secuencias poderosas, impredecibles y envidiablemente hechas de capas y capas de lectura. Pero no son del todo compactas, macizas: sus virtudes se rebelan y le roban algo de arquitectura y ritmo a la historia. Eso pasa cuando apuestas el todo. Sí, Del Toro se la juega en cada película, y en general gana la apuesta contundentemente. Porque lo normal es que mezcle todos esos ingredientes y además te cuente la historia impecablemente, con esa capacidad para decirte que nada sobra ahí, que todo está bajo control, que cada detalle juega. Es el Del Toro de las dos Hellboy, de El laberinto
del fauno, de El espinazo del diablo… Y De la forma del agua, recién estrenada en estas tierras tras una buena cosecha de premios y nominaciones.
Evito el pecado de spoiler y me limito a decir que la cinta es la historia del amor entre un monstruo acuático y una mujer muda. A partir de esa premisa francamente inusual, Del Toro construye, en efecto, un cuento de hadas en el sentido menos ñoño del término, es decir, un cuento de hadas en su forma original: aquellas historias teñidas de violencia, mordaces y por supuesto marcadas por una sexualidad fuerte y muchas veces digamos que imposible. Porque el amor físico, sexual, entre un humano y un monstruo es inusual en el cine, pero no en la literatura fantástica, no en la mitología y no en el cine de Del Toro, como recordarán quienes han visto algún de las entregas de Hellboy, que es en esencia, como La forma
delagua, una historia de amor. Pero hay mucho más en esta película, barata para los estándares norteamericanos —menos de 20 millones de dólares— pero también rica en subtextos. Hay un retrato oscuro y opresivo de época, la Guerra Fría, con todo y espías. Hay un diálogo con el viejo cine, el de terror para empezar —con la cincuentera El monstruo de la laguna negra, claramente— y el mudo para continuar, a partir de esa actuación pícara y entrañable y extrañamente sexy de Sally Hawkins. Hay un acercamiento francamente perturbador al tema de temas de hoy, el acoso. Y, desde luego, hay una lectura y una carga política. Guillermo del Toro probablemente no lo diría así, pero hoy, cuando gobierna Estados Unidos un lumpen racista y misógino, arrasa con los premios una película horrorizada con la represión policial, que rinde tributo a la heterodoxia sexual, a las minorías —gays, afroamericanos— y sobre todo a la posibilidad de reconocerte, enriquecerte y complementarte en el otro, en el diferente.
Y sí, es una película dirigida, producida y escrita por un mexicano.