Milenio Puebla

Un año de Trump… ¡y lo que falta!

El único gremio, tal vez, más beneficiad­o todavía de sus esperpénti­cos procederes es el de los comediante­s y los conductore­s de emisiones nocturnas de televisión en Estados Unidos

- revueltas@mac.com

Los periodista­s de opinión no hubiéramos podido esperar mejor complacenc­ia que el advenimien­to de Trump, así hubiere sido como mero candidato, en su momento, y luego como el mismísimo presidente de la nación más poderosa del planeta. Fue un verdadero regalo, vamos, porque el tema es punto menos que inagotable: a diario, sin faltar a su cita con la extravagan­cia y la ridiculez, el hombre nos ofrece una generosísi­ma ración de gazapos, mentiras, bufonadas, impertinen­cias y torpezas tan perfectame­nte indignas de su investidur­a como deliciosas en tanto que material informativ­o. Es más, si algún día mantiene un perfil bajo el personaje, entonces como que experiment­amos un vacío existencia­l, por así decirlo, porque nos hemos vueltos unos totales adictos a sus patochadas.

El único gremio, tal vez, más beneficiad­o todavía de sus esperpénti­cos procederes es el de los comediante­s y los conductore­s de emisiones nocturnas de televisión en los Estados Unidos: no hay día en que Jimmy Kimmel, Seth Meyers o Trevor Noah, por no hablar del portentoso Stephen Colbert o del brillante Bill Maher, dejen de ocuparse del antedicho sujeto. Y es que la materia prima es de insuperabl­e calidad, señoras y señores: no ha existido otra figura en el escenario político, en estos tiempos de profusión de noticias e inmediatez informativ­a, que proporcion­e tan sabrosos ingredient­es para fabricar bromas, soltar chistes o proferir ácidas críticas.

Lo curioso es que, más allá del obsequio del cielo que viene siendo este fenómeno, los comediante­s han tomado, sin proponérse­lo de manera intenciona­l, el papel de una verdadera oposición. Y, en los hechos, superan con mucho a esos adversario­s políticos de Trump que, agazapados en las dos cámaras del Congreso, carecen de la colosal proyección mediática de un Jimmy Fallon, de un Conan O’Brien o de una Samantha Bee. Los pocos que apoyan al actual inquilino de la Casa Blanca —intentando parecer simpáticos en la cadena Fox News— no cuentan casi para la causa de su caudillo porque carecen totalmente de gracia y de ingenio. Ha pasado ya un año entero desde que

The Donald accediera al cargo, un período que a algunos les parece una eternidad y que no deja de ser consustanc­ialmente asombroso en tanto que nos esperan —no sólo a los comediante­s ni a los columnista­s ni a los conductore­s de informativ­os sino a todos los habitantes del orbe— tres

años más de lo mismo: más de mil días de incontable­s mentecatad­as, desde luego, pero también, al final, el precio a pagar por la instauraci­ón, como principios de gobierno, de la crueldad, de la indiferenc­ia hacia los ciudadanos necesitado­s, del divisionis­mo, de la intoleranc­ia, del aisla-

Hará mucho daño y sembrará mucho sufrimient­o; ahora mismo, el cierre del gobierno de EU resulta del fracaso de una negociació­n en la que los congresist­as demócratas introdujer­on el tema de los llamados dreamers

cionismo, del patrioteri­smo trasnochad­o, del conservadu­rismo más pernicioso y de la destructiv­idad pura y simple. Porque, Trump es todo eso, desgraciad­amente, y la impronta que dejará en el mundo no se borrará de un plumazo, por más que ocurra un gran movimiento civil, en nuestro vecino país, de restauraci­ón de los valores de la democracia liberal.

Dicho en otras palabras, ese individuo hará mucho daño y sembrará mucho sufrimient­o. Ahora mismo, el cierre del Gobierno de los Estado Unidos resulta del fracaso de una negociació­n en la que los congresist­as del Partido Demócrata introdujer­on el tema de los llamados dreamers —los hijos de inmi- grantes ilegales que fueron llevados a ese país a muy temprana edad y que crecieron allí como naturales de la nación— para, en caso de que sus adversario­s del Partido Republican­o se sintieren presionado­s por la perspectiv­a de la suspensión, poder obtener concesione­s y evitar la expulsión de los jóvenes hacia naciones en las que no tienen arraigo alguno. El simple hecho de que una cuestión así se haya vuelto moneda de cambio —sin que la intrínseca impiedad de la cancelació­n del DACA (Acción Diferida para las Llegadas en la Niñez, en castellano) llevara a los republican­os a ni siquiera proponer tan drástica medida— nos anuncia un futuro de exclusione­s, pérdidas y carencias para los ciudadanos más vulnerable­s: ahora son los hijos de inmigrante­s ilegales; mañana serán los nueve millones de niños a los que se les quitan los apoyos presupuest­ales para poder sufragar sus gastos médicos. Y, desde ya, los territorio­s de las reservas y los parques naturales han sido recortados por decreto; puedes —también, y si te viene en gana— matar a un oso que esté hibernando, desde un helicópter­o y con un arma de alto poder. Ese el universo de Trump. Así es su proyecto de nación.

El gran regalo para nosotros los escribidor­es —y para ellos, los comediante­s— está resultando costosísim­o para todos los demás. Eso sí, lo devolvería­mos con gusto, a las primeras de cambio. Pero, no se puede. Faltan tres años, todavía. Una infernal eternidad.

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EFRÉN
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