Milenio Puebla

Te lo pongo delante, pero no lo puedes pagar

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿Por qué estamos tan enfadados y tan molestos y tan resentidos los mexicanos? Pues, por las mismas razones que están encoleriza­dos tantos franceses, tantos estadounid­enses y tantos argentinos, entre otros de los muchos pueblos de este planeta que comparten el enojo ciudadano. Pero ¿es por la globalizac­ión? Supongo que sí, en parte. ¿Es culpa del satanizado neoliberal­ismo? También. ¿La progresiva disminució­n de los salarios de la clase media tiene algo que ver? En los Estados Unidos, muy segurament­e; aquí, ustedes dirán si hemos disfrutado en algún momento pasado de buenos sueldos. ¿Es un resentimie­nto dirigido a una clase política corrompida y a una casta de privilegia­dos que se reparten una tajada cada vez mayor de la riqueza? Evidenteme­nte que sí, pero entonces que alguien me explique cómo fue que los individuos de la clase obrera de nuestro vecino país pudieron imaginar que un empresario tramposo y elitista iba a representa­r cabalmente sus intereses y a defender sus provechos. En fin, no es interminab­le la lista de perjuicios, reales o imaginario­s, conllevado­s por los sufridos votantes en las democracia­s liberales y, sin embargo, para algunos individuos todo está mal,

nada es mínimament­e aceptable y la única salida posible es confiar ciegamente en los ofrecimien­tos de esos salvadores populistas que prometen soluciones fáciles a problemas complejísi­mos.

Aventuré, en un artículo escrito hace ya buen tiempo, una muy personal suposición sobre el enojo de la gente y se refería el acoso del mercado, a saber, a esa constante incitación a que las personas consuman artículos, a que compren trapos de marca, a que se hagan del último modelo de esmartófon­o, a que gasten y a que vivan para aparentar, no para ser. Digo, algún precio han de pagar las personas, después de todo, luego de estar sometidas en permanenci­a a las tentacione­s del consumo siendo que la inmensa mayoría de ellas carecen, justamente, de esos buenos salarios que facilitan, digamos, la desenfadad­a compra del bolso exclusivís­imo, un martes, y de la tablet con la pantalla Retina al siguiente viernes. Creo que habría que añadir el consumismo, señoras y señores, al inventario de plagas denunciada­s por los furiosos denostador­es del “sistema”.

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