Renta básica para todos, ¿a cambio de qué?
La figura del indigente apático y acomodaticio sigue sirviendo de argumento a quienes propugnan el modelo de una sociedad en la que cada quien es enteramente responsable de sí mismo y sanseacabó
¿Qué haces, con los pobres y los desamparados de una nación? ¿Los abandonas a su suerte, dejas que se mueran de hambre, te desentiendes totalmente de ellos, confías en que la famosa “mano invisible” del libre mercado termine por incorporarlos a la economía o, por el contrario, implementas programas de ayuda y aplicas políticas de corte decididamente social para intentar suavizar de su existencia?
La oleada de conservadurismo egoísta legitimada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en la década del 80 se sustentaba en el mito del individuo emprendedor que, por ser perfectamente capaz de asegurar él mismo su bienestar material, no sólo dejaba de necesitar la asistencia del Estado sino que se oponía también a que los sectores más desfavorecidos se benefi ciaran de sus provechos. Después de todo, lo único que tenía que hacer cualquier persona era ponerse a trabajar en vez de extender la mano para recibir favores inmerecidos. Hoy mismo, la figura del indigente apático y acomodaticio sigue sirviendo de argumento a quienes propugnan el modelo de una sociedad en la que cada quien es enteramente responsable de sí mismo y sanseacabó: si el Gobierno, como llegó a decir Reagan, no es la “solución sino el problema”, entonces los ciudadanos deberán adaptarse a la realidad de que la prosperidad de las sociedades no depende ya de las ayudas públicas sino de la mera suficiencia de los individuos para abrirse paso en la vida. En ese ese nuevo mundo, reinan los más fuertes de manera natural y con absoluta legitimidad. Y, en su condición de creadores natos de riqueza, habrán de exigir todas las facilidades y todas las concesiones para prosperar a sus anchas: impuestos bajos, de entrada y, luego, regulaciones mínimas para que la competitividad de sus empresas no se vea mermada. Donald Trump es un digno sucesor de aquellos dos: rechazó el Acuerdo de París sobre el cambio climático argumentando, precisamente, que las restricciones y medidas pactadas para proteger el medio ambiente eran dañinas para la industria estadounidense. Es más, ha llegado al extremo de recortar los territorios de reservas y parques naturales para que puedan comenzar a ser explotados por empresas mineras y otras corporaciones: el capitalismo a ultranza, ya lo sabíamos, es enemigo de los pobres; pero, tampoco simpatiza demasiado con los árboles y los animales salvajes (otra cosa: ya pueden, los estadounidenses, disparar desde un helicóptero a los osos cuando estén hibernando en Alaska pero aquí, creo, ya no es un asunto de promover inversiones ni de elevar la productividad sino de la simple crueldad estúpida de los ultraderechistas).
En el contexto de embestidas contra el Estado social se aparecen dos precandidatos presidenciales para avisar que van a instaurar la madre de todas las acciones asistenciales
En este contexto de embestidas contra el Estado social se aparecen, en estos pagos, dos precandidatos presidenciales para avisar de que van a instaurar la madre de todas las acciones asistenciales, a saber, un sistema de ayudas directas a los ciudadanos más vulnerables — en el caso de Obrador, los beneficiarios serían los viejos, los llamados ninis y los estudiantes de nivel medio mientras que Ricardo Anaya propone pura y simplemente una renta básica universal para todos los ciudadanos— sin que nos aclaren de dónde van a sacar el dinero para subvencionar tamañas bondades.
Estamos hablando de un paradigma diametralmente opuesto al de quienes promueven el modelo individualista que sataniza la intervención gubernamental en el destino de las personas y, en este sentido, las propuestas de estos dos competidores van a contracorriente del despiadado liberalismo económico que promulga el presidente de nuestro vecino país.
Desde luego que los ciudadanos más desamparados merecen cuidados. Pero, en el escenario local observamos también la figura del mexicano haragán, irresponsable e incumplido. Y, con perdón, no estamos enteramente convencidos de que necesite una asistencia sufragada por el dinero de los contribuyentes que sí se esfuerzan y que sí perseveran en una cotidiana batalla por su superación personal. Decir esto no es suscribir las posturas de los insensibles promovedores de esa ley de la jungla en la que los individuos más vulnerables deben ser olvidados sino reconocer meramente una realidad muy compleja. Por lo pronto, la alegre aplicación de entregas de dinero a todos no es necesariamente un acto de justicia. A no ser que los beneficiarios se pusieran, digamos, a plantar árboles. O, a recoger la basura de este país. Digo, algo a cambio, ¿o no?