El general y el reptil
En el ámbito interno de la Universidad de Chiapas, hace días, se suspendió el trámite en que se pretendía otorgar al secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, un doctorado honoris causa, procedimiento del que siempre fue ajeno el general. No lo pidió, no lo gestionó.
No conozco, ni me importan, los motivos por los que quedó inconcluso el intento, pero resulta relevante —aunque no sorprendente— que López Obrador aprovechara lo sucedido para vociferar y mofarse del soldado, ese que está al frente de tan noble institución, acusada arteramente por el referido sujeto de “masacrar al pueblo”. Respecto del trámite, es sabido que las preseas y reconocimientos suelen ser honrosos y, por tanto, sin mayor importancia. En primer lugar, porque es necesario valorar de quiénes proceden y, en segundo, porque la honra siempre es de quien la da, no del que la recibe. El que la otorga, libérrimamente puede retirarla. Por eso la honra no debe equipararse ni confundirse con el honor. Éste es un valor superior. Mientras aquella es consecuencia de la opinión que otros tienen de nosotros, el honor nace y florece en quien norma su conducta, a costa de todo, conforme a su propia dignidad.
Ser honrado depende fundamentalmente de otros, pero ser hombre de honor resulta exclusivamente de nuestra vida.
Pero vamos al exabrupto de López Obrador, quien busca ser próximamente jefe supremo de nuestras fuerzas armadas: dijo que el general “debe dejarse de politiquerías y ponerse a hacer su trabajo”. Consejo que evidencia, en quien lo da, un cretinismo por los cuatro costados. Si no procediera del que aspira a ser jefe de las instituciones del país, no merecería comentario.
El general Cienfuegos no ha llevado a cabo acción alguna en busca de reconocimientos, ha entregado la mayor parte de su vida a servir con valor y lealtad al pueblo de México, más allá de coyunturas, partidos y banderías; su vocación y cultura castrenses —y su eficaz desempeño— lo tienen al frente del Ejército mexicano, institución surgida del pueblo y forjada en el crisol del honor y del más alto espíritu de sacrificio.
Se preguntará usted: si los corifeos de la “honestidad valiente” (¿?) afirman que ya entendió, que ya cambió, que ya no es el mismo, que ya maduró, y él nos dice que ya perdonó a “la mafia del poder” (quiero suponer que no estoy incluido, porque su perdón me ofendería) y que solo busca una “República amorosa”, ¿por qué el ataque artero, cobarde y sin razón al secretario de la Defensa? Hay dos explicaciones: una, porque busca el apoyo y votos de los que el Ejército combate, y, dos, porque está en la naturaleza de los reptiles venenosos —incluidos los de la política— cambiar de piel como les convenga, pero siempre condenados a reptar y envenenar.