UNA HIPOCRESÍA LLAMADA AMOR
“LA BELLEZA ES RESULTADO DE UNA ELECCIÓN SEXUAL” CHARLES ROBERT DARWIN
Hace mucho que no me enamoro (como yo le decía a obsesionarme sexualmente), aunque eso no significa que no pueda enamorarme en cualquier momento, pues es una enfermedad que se te pega de manera involuntaria, como la gripe. Un amigo, en la Facultad de Ciencias Política y Sociales de la UNAM, me dijo: “Estoy seguro de que si te vuelvo a ver, estarás enamorado de alguien”. Bueno, afortunadamente eso ya no sucede y no extraño para nada estar enamorado.
Conocí el concepto de amor de Erich Fromm, y el amor universal que pregonaba Jesucristo; amor desinteresado, asexuado, con desapego, sin apropiaciones, sin celos, un amor políticamente correcto que no corresponde al amor que yo viví apasionadamente, cuando me interesaban esas ondas. Yo entendí el amor como el deseo hacia a una persona que me gustaba físicamente, a la cual atribuía valores que solo existían en mi imaginación.
Si de por sí he sido pendejo para ligar y para vivir junto a otras personas, imagínense ahora, cuando decirle algo a una mujer te convierte en acosador.
Tamara de Anda metió al Torito a un taxista que le dijo “guapa”, a mí me llevarían a un psiquiátrico, pues solo alcanzaría a decir: “gu… gu… gu…”, como un bebé.
Antes me daba miedo hablarle a una desconocida, pero ahora me causa terror inaudito, pues por el hecho de hablarle ya estoy violentando su espacio y me pueden meter al cárcel por acosador. En realidad, sí he sido un acosador, porque me obesionaba con una morra y le insistía, pues según las películas la insistencia es recompensada. La vida real no es así.
El acoso al estilo Harvey Weistein, del hombre que usa su poder para conseguir los favores de una mujer, es un delito; el acoso del sujeto que está chingue y chingue a una mujer es totalmente desagradable, una estupidez y, sobre todo, una hipocresía.
Ahora que estoy viejo me doy cuenta de que las mujeres que piden respeto a su persona, también piden respeto a la autenticidad.
Cuando yo creía que amaba a una mujer, de inmediato le mandaba regalos (eso es falsísimo, pues uno trata de impresionar con supuestos actos seductores; uno se vuelve más “gracioso”, más “inteligente”, más “conocedor de vinos”, más cosas que uno no es; el cortejo amoroso está plagado de faltas de respeto a la autenticidad).
Cuando un varón quiere ligar, ya sean compañeras del trabajo o chicas que conoce en un centro de diversiones, adopta la actitud ligadora, que es súper falsa, pues la actitud de galán está tomada de estereotipos de novelas y películas (por eso caen tan mal).
En mi opinión, cuando la gente se enamora, tiene una regresión y se comporta de manera infantil: las mujeres hablan como niñas y los varones hacen berrinches (por no mencionar la cantidad de cursilerías que son capaces de decirse, lo cual solo haría un niño cuando juega con sus muñecos.
No me parece mal, sino una cuestión biológica normal. Los seres humanos necesitan ser bobos de vez en cuando para desahogarse de los problemas del mundo adulto. Por ello, el alma humana, infantilizada, se regodea en fábulas y mitos, como los del DonJuan (tan falso como el de la “mujer fatal”).
Tanto el inocente ligador y el acosador criminal, se asemejan en que sacan de sí mismos el peor aspecto masculino: el del macho mandón que se cree mucho.
En realidad, nadie cree que un tipejo sea superior a su novia o a cualquier persona. El hombre que se cree Juan Camaney vive un espejismo cultural, creado por la educación sentimental encaminada al matrimonio (cuando la mayoría de los hombres reconozcan que en realidad no les interesa ligar, sino que únicamente repiten patrones de conducta de sus padres y sus abuelos, la armonía entre hombres y mujeres mejorará).
Los hombres y las mujeres que ensueñan cosas románticas, reiteran clichés falsísimos: vestirse bien, salir a un buen lugar, tomarse fotos y compartirlas para que todo mundo se entere de lo felices que son gracias el amor, luego casarse, tener niñitos antipáticos y tomarles fotos. ¿A quién le importa su amor? Todo eso es un cliché, y les apuesto que la mayoría se divorcia no porque descubra que no quería a su pareja, sino porque en realidad no quería seguir el cliché; pero ahí van corriendo a tener pareja y casarse y quedar bien con todo el mundo y traicionar a la autenticidad.
Se los diré claramente: tener pareja es un cliché de hueva. Muchas personas solteras se disculpan cuando alguien les pregunta por qué no tienen pareja. “Por ahora no tengo”, dicen con una hipocresía descomunal. Se dice: “Porque nadie me hace caso” o “porque me vale madres”, pero la gente prefiere mentir, por presiones sociales; ya lo normal es que todos vivan en parejas y juntos. Yo reniego de eso.
En fin, a quienes todavía se enamoran: ¡feliz San Valentín 2018!