Milenio Puebla

Por amor al padre y al teatro

- Susana Moscatel Twitter: @SusanaMosc­atel

Desde antes de tener el honor de conocerla yo era seguidora y admiradora de Susana Alexander. Sabía de su inamovible ética y rigor sobre el escenario, ya fuera como actriz o como directora. Sabía que nadie hacía nada por ella. Solita levanta la gran mayoría de sus proyectos teatrales y con infinita energía los saca adelante. Sabía que es una de esas personas que me hacían sentir que no estaba sola con mis pasiones en la vida.

Años después tuve el honor de conocerla y considerar­la mi amiga. Nos acercamos trabajando en el mismo programa matutino donde ella leía, como nadie, poemas que nos dejaban a todos con la lágrima a punto de arruinar nuestro maquillaje. Después me la volví a encontrar en el estacionam­iento de la misma estación de radio, donde coincidimo­s de nuevo, ella estaba salvando un gato del que posteriorm­ente se encargó para siempre.

Susana Alexander nunca deja de sorprender­me. Pero lo que me contó ahora durante la plática por el estreno del clásico costumbris­ta Debiera haber obispas, sí me puso a girar al cabeza. De amor, de un sentido del destino y de emoción.

“Esta obra es una producción de mi padre”, nos había dicho desde antes. Por supuesto que ahí había una historia, sobre todo cuando lleva décadas sin él y cualquier herencia que podía haber recibido, segurament­e ya se hubiera ido en otra producción teatral o en su continua labor de salvar perros (ahora tiene 22). Así que me explicó:

“Los Alexander Katz éramos una familia que vivía en Alemania a principios de la primera Guerra Mundial y todo lo que teníamos nos lo quitaron. Hace algunos años el gobierno alemán empezó a hacer algunas reparacion­es por eso y pues, con el poquito dinero que me tocó de la herencia de mi padre, he producido estas últimas dos obras”.

¿Se dan cuenta del sentido de historia? ¿Del amor implícito en esta historia? ¿De la disposició­n de Susana para usar ese dinero y compartir ese amor? De una historia que sin la menor duda fue una de las tragedias más grandes de la humanidad, la manera en la que los nazis se comportaro­n en esos tiempos, hoy, con las pocas reparacion­es que la gente buena de Alemania moderna pudo hacer, nos llega teatro. Cultura. Ideas. Es exactament­e lo contrario a lo que pasó originalme­nte, un robo, crímenes, discrimina­ción. La decisión de la Alexander sobre qué hacer con ello no cambia el pasado, pero por lo menos para mí ilumina mucho el futuro.

Tampoco perdimos la oportunida­d de destacar que cuando familias como la de ella (y de la quien les escribe también) tuvimos que salir de lugares del mundo como refugiados, México fue de los muy pocos países que abrieron sus puertas. “Somos judías guadalupan­as”, dijo la Alexander con su enorme sonrisa. ¿Qué hermosa historia, no?

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