Anaya, ese malagradecido
Las campañas políticas suelen mostrar lo peor de los candidatos. Unos anuncian, aun a pesar de lo que diga la realidad, que van en primer lugar o alegan que, a pesar de estar en clarísimo octavo lugar, van repuntando (por eso en esta columna los vamos a dejar en la banca, para que vean que no son tan importantes) y si hablan mal de ellos es porque sus competidores les temen. Otros incluso recurren a las opiniones más oscurantistas para ganar un mendrugo de votos y generar polémicas para colarse en los procesos informativos de ese nebuloso y sórdido limbo que son las intercampañas (que ni los del INE pueden explicar). Digo, Tatanka Córdova ( ¿será clasismo al revés llamar
Tatanka a don Lorenzo, como él llamó a un indígena hace algunos años, o es mejor acudir al mote de Fifí, que se dice muy discriminatorio, o de preferencia habría que decirle “el prietito en el arroz de la democracia”? Cómo extraño a la R de Monsiváis para resolver estas dudas de la sintaxis sin profilaxis) lleva varios días dejando muchas zonas oscuras al respecto, pues se deja demasiado a la interpretación del árbitro electoral que, como la de cualquier nazareno de Liga MX, puede prestarse al sospechosismo.
Como quiera que sea, a un candidato se le puede aguantar casi todo, incluso parábolas futboleras para tratar de explicar el equívoco derrotero de su campaña, pero lo que no gana muchos aplausos es ser malagradecido. Tal es el caso de Little Chicken Anaya, quien en vez de felicitar a los chicos del Cisen por cuidarlo con tanto profesionalismo, va, los encara y luego luego los acusa en los medios, cosa que seguramente hacía en la primaria con los muchachos que no eran tan bien portaditos como él.
Algo así como su sosias, Gil Zuarth, el hombre que de niño quería ser como Jelipillo Calderón (¡esos son valores, chingá!) y que se denomina “abogado bueno, bonito y barato”, quien deja su escaño en el Senado valientemente para irse a dar clases al ITAM. Y luego de anunciar que de vez en cuando apoyará a Margarita (ojalá y le sugiera que nunca vuelva a promoverse con fotos tipo Wayne’s World), no dudó en decir también que AMLOVE no es un peligro para México. Eso es saber quedar bien con Dios y con el diablo.
Además, gracias al gran entrenamiento que han tenido estos agentes del recontraespionaje (ah, perdón, que no están espiando a nadie, como bien ha dicho su jefe, Navarrete Prida; simplemente pasaban por ahí y vieron la luz prendida conforme a derecho) que hoy responden a las órdenes del señor Bazbaz, al que podemos recordar por su lucha en contra del Cártel de los Edredones en el inobjetable caso de la niña Paulette.
Anaya es un malagradecido; ya quisieran los mexicanos que el Cisen los ande cuidando como Mikel Arriola cuida a los de Provida.