El escritor italiano dice que ese término “lo reservaría para aquellos líderes donde el nivel de reflexión es bajísimo y el de mentiras es altísimo”
ace unos días, en una entrevista para El País de cara a las elecciones que tendrán lugar mañana en Italia, el escritor Alessandro Baricco decía que se ha abusado del término “populista”. Contra lo que pudiera pensarse, el autor de Seda tiene mucho que opinar sobre el tema porque desde hace años dirige (él la fundó) la escuela Holden, donde se enseña a construir relatos ( storytelling), eso que se ha puesto tan de moda —pero que siempre ha estado ahí— en los más diversos ámbitos, incluido desde luego el político.
Matteo Renzi, el malogrado reformista, echó mano de la asesoría de Baricco en este terreno construyendo un relato que, como muchos otros, resultan exitosos un tiempo, para luego comprobar que en política la victoria siempre es provisional (como queda muy claro para Renzi en este complejo proceso electoral que enfrenta).
Pero no nos desviemos por la ruta italiana — en la que, por cierto, reaparece el señor Berlusconi, lo que nos recuerda que los cínicos son muy duros de roer y que les resultan incluso simpáticos a muchos electores—: vamos a la idea de Baricco, quien considera que se ha abusado del término populista y entonces dice algo muy interesante: “Yo lo reservaría para aquellos líderes donde el nivel de reflexión es bajísimo y el de mentiras es altísimo. Y el vínculo con el electorado es puramente emocional”.
Uno no quisiera, por supuesto, abusar de las palabras, porque al hacerlo puede tender a la descalificación elemental y burda. En este espacio, por ejemplo, y en otros de la prensa mexicana, algunos hemos insistido en la entraña populista de Andrés Manuel López Obrador. Yo siempre me pregunto si la etiqueta le va bien y si no hemos sido excesivos o lapidarios quienes lo hemos calificado de esa forma. Pero por más que me cuestiono mis propios argumentos y los de otros, no veo cómo lo pueda considerar de otra manera.
Por eso al encontrarme con la definición de Baricco vuelvo a hacer el ejercicio de ver si al candidato de Morena le va bien el saco del populismo. Veamos en primer lugar: nivel de reflexión bajísimo. Las ocurrencias cotidianas del candidato de Morena distan mucho de lo que puede juzgarse como reflexión. En su relato, por demás elemental, hay una bestia negra: “La mafia del poder”, encarnación de toda la perversidad y podredumbre que han llevado al país al desastre. Pero hay también un camino de redención, honestidad y patriotismo que él mismo personifica.
Entre sus propuestas, aquellas que no son simplemente negación de las reformas en marcha o de proyectos como el aeropuerto, casi todas adolecen del más mínimo principio de realidad: creación de empleos, desarrollo del campo, becas para los ninis, etcétera. En todas ellas, o bien nunca dice cómo lo va a conseguir, o bien no señala jamás el efecto que tendrá, por ejemplo, el apoyo a los
ninis en el largo plazo (¿dejarán de serlo por el apoyo que él les dará, o se mantendrán como tales precisamente porque la beca apoya su condición?).
En todo esto hay que decir que el discurso del panista Ricardo Anaya no está muy alejado: cuando habla del PRI como el autor de todas nuestras desgracias (omitiendo los 12 años que gobernó su partido y que marcan también, en buena medida, lo que ocurre hoy en México), necesariamente recurre a un maniqueísmo insoportable: ¿de veras el PRI es el culpable de todo? ¿En verdad Peña Nieto gobernó autocráticamente el país estos años? ¿No hay ni siquiera un mínimo de corresponsabilidad de los gobernadores, diputados y senadores de oposición?
El nivel de mentiras, en el discurso populista, es “altísimo”, dice Baricco. Las buenas intenciones llenas de voluntarismo o las promesas sin sustento no parecen en principio mentiras, pero terminan siempre por revelarse como tales en cuanto se las confronta con la realidad o se percibe la imposibilidad de que se materialicen. Finalmente, tenemos el tema de que el vínculo de los líderes populistas “con el electorado es puramente emocional”. Este es probablemente el rasgo más nítido de los enumerados por Baricco (puesto que en los anteriores casi todos los políticos se parecen: su nivel de reflexión es bajísimo y mienten), pero en lo que toca a la relación de López Obrador con sus seguidores no cabe duda que es básicamente “emocional”. Como señalé la semana pasada, los planteamientos de López Obrador se han convertido en artículos de fe para sus seguidores y nada ni nadie los puede poner en cuestión. Su mayor logro hasta ahora es precisamente haber construido una fe ciega alrededor de su causa (donde la causa y él son lo mismo). Es esto lo que impide que sus electores encuentren ridículo su discurso amoroso, o irracional la idea de abandonar el proyecto del aeropuerto o peligrosa la iniciativa de amnistiar a los narcotraficantes o grotesco que lo rodeen y apoyen algunas de las figuras más repulsivas del régimen priista que dice combatir. Mario Vargas Llossa no se equivoca cuando tilda de populista a quien tú ya sabes; Baricco nos da las claves de por qué.