Querida María Rubio:
N o sé cómo decirte adiós porque para mí tú eres eterna, la más clara demostración de que también se puede trascender a través de la televisión.
Tuve el honor de conocerte porque fui el asistente de Luis Reyes de la Maza, de tu marido. Dicho por ti: el amor de tu vida.
Pero yo te admiraba desde antes, desde que te veía en las producciones del gran don Ernesto Alonso, desde que te veía con Cachirulo.
¿Tu problema? Cuando eras joven, las telenovelas las protagonizaban las señoras. Cuando maduraste, los melodramas seriados los protagonizaban las jovencitas.
Por eso nunca fuiste como Jacqueline Andere, Angélica María, Ofelia Medina, Lucía Méndez, Verónica Castro, Adela Noriega o Thalía.
¿Y qué hiciste? Te las ingeniaste para destacar dándole vida a inolvidables personajes de carácter en proyectos de alto impacto como Muchacha italiana viene a casarse, Rina, Colorina y, por supuesto, Cuna de lobos del maestro Carlos Olmos.
Hoy las nuevas generaciones no lo entienden pero hubo una época sin redes sociales, sin sistemas de distribución de contenidos en línea, sin cable, sin un cine nacional verdaderamente exitoso e incluso sin videocassetteras donde las telenovelas lo eran todo.
Y así, con tan pocos recursos, gente como tú logró escalar posiciones que hoy solo alcanzan figuras que salen en las producciones de compañías como Netflix, HBO, BBC, FOX y YouTube.
Tú fuiste tan importante, en tu momento, como los son ahora los actores de Game of Thrones, House of Cards, Breaking Bad, The Walking Dead y American Horror Story.
Tu trabajo le dio la vuelta al mundo cuando no había globalización como hoy solo lo hace el trabajo de las estrellas de las series gringas, inglesas, españolas, japonesas, turcas y coreanas.
¿Sabes qué es lo que más me duele? Que tú te vas y yo me voy quedando sin argumentos para probarle a los jóvenes que algunas vez nuestra televisión fue grande.
¡Cómo me van a creer cuando les diga que Ingmar Bergman, el genio del cine europeo, mandó una carta a Televisa para felicitarte por tu trabajo en Cuna de lobos!
¡Cómo me van a creer cuando les diga que las telenovelas mexicanas eran tan buenas, tan exitosas, tan peleadas y que estaban tan bien hechas que paralizaban ciudades y países enteros!
¡Cómo me van a creer que hubo una generación que te adoró como hoy no se adora a ningún actor mexicano, como hoy solo se adora a puro figurón extranjero como Bryan Cranston, Kevin Spacey y Peter Dinklage que, además, son hombres!
Tus personajes hicieron cosas que en su momento fueron revolucionarias, desde pequeñas grandes tareas escénicas como desmaquillarte al aire hasta asesinar a decenas de ancianos indefensos en un incendio de antología.
Lo que la gente no sabe es que tú también fuiste una mujer revolucionaria, una persona que, como Rogelio Guerra, luchó por los derechos de todos los actores de México.
Tu carácter, tu valentía, hizo que el “Tigre” Azcárraga te vetara de Televisa en el mejor momento de tu vida, de tu carrera, cuando eso equivalía a la muerte profesional.
¿Y qué hiciste? Lo que hoy se ve tan normal y que solo hacen los grandes: tocaste todas las puertas que pudiste, pisaste todos los escenarios que te dejaron. Nunca te rendiste.
No te fuiste a Hollywood, a Tv Azteca, a Teatro en Corto ni a algún otro lugar porque en aquel entonces eso no se podía, no existía o porque, de plano, nadie se atrevía a retar, a contradecir, a la exageradamente poderosa, a la asquerosamente monopólica vieja Televisa.
¡Qué pena que ya nadie recuerde eso! ¡Qué lástima que ya nadie admire a las luminarias que como tú, dieron batalla proponiendo programas cómicos en Monterrey, haciendo teatro en los lugares más miserables y hasta apareciendo en los más decadentes “videohomes” del mundo para poder sobrevivir!
Pero la vida da muchas vueltas y el mismo “Tigre” que te vetó, te llamó de regreso y te dio una de las primeras exclusividades que Televisa inventó en los años 90 para que nadie se fuera a TV Azteca.
Ahí retomaste tu carrera con Kate del Castillo en Imperio de cristal, con Edith González en Salomé, con Leticia Calderón en
Laberintos de pasión y, sobre todo, con el generosísimo Juan Osorio que siempre que pudo te dio trabajo en sus telenovelas.
Nunca volvió a ser lo mismo. De hecho, en tus últimos años ni siquiera te atrevías a dar entrevistas para que los señores de Televisa no te fueran a quitar tu mensualidad.
Pero a pesar de eso te hice tu homenaje en Cineteca Nacional. ¿Te acuerdas?
Fue muy hermoso. Era cuando tenía mi revista. Fue en 2006. Pasamos el capítulo uno de Cuna
de lobos en la sala más grande. ¡Nunca se había hecho algo así!
¡Ay, María! No sé cómo decirte adiós. Te quiero tanto, te siento tan cerca, tan humana, tan cariñosa. No puedo. ¿Me perdonas?
Tu más ferviente admirador y amigo, Álvaro Cueva.