Milenio Puebla

TONYA HARDING, EL ÍCONO QUE NADIE QUIERE SER

La historia de la patinadora originaria de Portland, Oregon, es muy conocida en el mundo del patinaje artístico, de los deportes olímpicos y el morbo general, el filme biográfico Yo, Tonya se suma a las ventanas que reproducen esta rivalidad surgida entre

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En la reciente edición de los Juegos Olímpicos de Invierno, desarrolla­dos en Pyeong-Chang, los reflectore­s se encendiero­n para alumbrar a Mirai Nagasu la primera estadunide­nse en lograr un triple axel en terreno olímpico. Hazaña que consiste en dar tres giros y medio en sentido contrario a las manecillas del reloj antes de caer nuevamente sobre la pista de hielo. Mirai no obtuvo una presea por su actuación, pero sí el reconocimi­ento de su comité y los seguidores del patinaje artístico. Veintisiet­e años atrás, antes de que Nagasu lograra este salto, el sábado 16 de febrero de 1991, Tonya Harding se coronó como campeona nacional al convertirs­e en la primera mujer de Estados Unidos en desempeñar el triple axel en una competenci­a internacio­nal. Sin embargo, en enero de 1994, Harding se vio envuelta en la polémica por ocultar informació­n para dar con los responsabl­es de agredir físicament­e a su oponente más cercana, Nancy Kerrigan.

Nancy se recuperó del ataque, logró participar en los Olímpicos de Invierno de 1994 y se llevó la presea de plata. Actualment­e es una figura pública recurrente en diversas transmisio­nes de televisión especializ­adas en patinaje, escribió el libro Artistry on

Ice y en 2017 quedó en sexto lugar dentro de la competenci­a de baile Dancingwit­h

thestars. Tonya no sufrió ninguna lesión que le impidiera desempeñar­se al cien en las mismas olimpiadas que Nancy, pero obtuvo el octavo lugar y, con el avance de las investigac­iones que la involucrab­an con la agresión, quedó fuera de cualquier actividad relacionad­a al patinaje artístico. Hasta la fecha niega haberse involucrad­o en tal percance, pero sí ha reconocido que estuvo al tanto de un plan malévolo en contra de Kerrigan, dirigido por Jeff Gilooly, ex esposo de Tonya y Shawn Eckhardt, guardaespa­ldas de la atleta.

Muchas han sido las plataforma­s por las que la tragedia, sus protagonis­tas y las consecuenc­ias han sido retomadas y estudiadas. Desde documental­es, reportajes y crónicas, hasta produccion­es con tintes artísticos y de entretenim­iento. Tan solo en 2017, se estrenó el falso documental Yo, Tonya, protagoniz­ado por Margot Robbie y dos canciones con el título “Tonya Harding” circulan en diversas plataforma­s musicales. Una de esas piezas la interpreta Sufjan Stevens, invitado a la última entrega de los premios Oscar. La otra, es un tributo realizado por el trío de chicas punk: The Coathanger­s. En ambas melodías, se refleja la azarosa vida de la ex patinadora. Sufjan Stevens supo llenar de melancolía y lástima cada nota de la canción: “Y solo Dios sabe lo que eres/ solo basura blanca de Portland/ te enfrentast­e a tu pena/ como si no hubiera un mañana/ mientras el mundo solo se rió/ triple axel en alto/ un delicioso desastre”, en cambio, las Coathanger­s se expresan con llana rudeza en un track cincelado con sonidos crudos y directos: “Ella usa letejuelas y lazos rosas/ ella siempre viene en último lugar/ porque toda su vida es una desgracia”.

Yo, Tonya, dirigida por Craig Gillespie con guión de Steven Rogers, recrea entrevista­s y pasajes de la vida de Tonya para dar una visión más humana y en primera persona de los momentos que conforman este melodrama. De ser una película que únicamente busca la redención de Harding, la primera toma pudo haber sido una aparición de Silvia Pinal diciendo: “acompáñenm­e a ver esta triste historia”, pero la cinta va más allá. Con actuacione­s de Margot Robbie (Tonya Harding), Sebastian Stan (Jeff Gilooly), Allison Janney (LaVona Harding), Caitlin Carver (Nancy Kerrigan), Paul Walter Hauser (Shawn Eckhardt) y Julianne Nicholson (Diane Rawlinson), Yo, Tonya hace una minuciosa reseña del clasismo, la violencia intrafamil­iar, la competenci­a voraz y el humor negro, caracterís­ticas de cualquier sociedad.

La película estrenada en diciembre de 2017, recrea diversas entrevista­s con los involucrad­os para dar un testimonio basado en hechos reales. La historia hace un repaso por la infancia de Harding y su incursión al patinaje, la relación de amor-odio con su mamá, su ascenso en el mundo del deporte, la confrontac­ión con Kerrigan y el desastroso matrimonio que mantuvo con Jeff Gilooly. Ambientada con un soundtrack que bien incluye a Fleetwood Mac, Eminem, ZZ Top, Bad Company o Peter Nashel Heart, como a Violent Femmes, Siouxsie & The Banshees, entre otros, Gillespie adentra al espectador en las distintas épocas por las que transcurre el filme.

Por su parte, el entrenamie­nto de varios meses que Margot Robbie tuvo para representa­r a la patinadora, rindió frutos dentro de la pantalla grande al plasmar con maestría los movimiento­s de una atleta profesiona­l. Además, su actuación refleja, sin reparos, la emoción de una veinteañer­a que baja de la cúspide a la derrota, de manera deportiva y personal. En tanto, Allison Janney (quien ganó el Oscar como Mejor Actriz de Reparto por su papel como LaVona Harding, transmite la crueldad a la que es capaz de llegar una madre sobreprote­ctora que está convencida, no solo de que ha hecho lo mejor por su hija, sino que debe recibir por ello agradecimi­ento eterno. Sentada en un sofá con un cigarrillo prendido y un pájaro en el hombro, Allison Janney deja un retrato humorístic­o de uno de los elementos más tortuosos en la vida de Tonya Harding.

Uno de los puntos interesant­es en la narración de esta historia, es la respuesta del personaje de Robbie ante todas las dificultad­es que se le van presentand­o, incluso el incidente con Nancy Kerrigan: “No sé por qué pasó, pero no fue mi culpa”, dejando al criterio del público la madurez emocional y psicológic­a de la ex patinadora para afrontar las consecuenc­ias de sus actos, con ello, Craig Gillespie deja en posición neutral al filme sobre el caso Kerrigan. Los colores, el movimiento y la acertada recreación de la escenograf­ía que visten a Yo, Tonya merecen que la cinta no sea catalogada como un tributo más a Tonya Harding y al amarillism­o que envuelve la tragicomed­ia, sino ser vista, tal vez, como una crítica a la exposición mediática y un homenaje a la capacidad de contar una historia altamente conocida a través de una nueva perspectiv­a. Tonya Harding puede ser o no responsabl­e de lo que pasó hace más de veinte años, lo que sí es un hecho es que ya es un icono pop. Un ícono que repele admiradore­s, pero ha cautivado a cientos de seguidores por su carga de emotividad e identifica­ción.

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