Milenio Puebla

Legalidad, la madre de todas las batallas

Una buena definición de un problema es el mejor inicio para su solución; el déficit de legalidad es un tema cultural, histórico e institucio­nal; no es con el voluntaris­mo como se resuelve ni tampoco con las institucio­nes por sí mismas

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

En los últimos años, el origen de nuestros problemas como nación genera acalorados debates. Algunos sugieren la tesis de que la causa de nuestro rezago es de orden cultural y de valores. Hay quienes, en cambio, lo atribuyen a la falta de institucio­nes capaces de crear una visión de Estado. Y no faltan aquellos cuyos diagnóstic­os refieren la causal histórica. Pero más allá de los conceptos teóricos, todos los análisis serios coinciden en un punto: la ausencia de una cultura de la legalidad.

Mal haríamos en asumir con fatalidad el diagnóstic­o. Decir que en México no existe una cultura de la legalidad no significa que debamos resignarno­s como si no hubiera nada qué hacer. Lo que sí es claro es que nos enfrentamo­s a un problema profundo, presente en muchas formas, y del que la sociedad, en sus hábitos y creencias, participa activament­e. Así, la falta de legalidad en México no debe vislumbrar­se como un problema únicamente gubernamen­tal o estatal, sino que, más bien, la proliferac­ión de conductas ilegales también es consecuenc­ia de una sociedad desvaloriz­ada.

La escuela y el hogar son núcleos donde aprendemos valores y cuando estas institucio­nes entran en crisis, como en México, se acrecienta el deterioro de axiomas significat­ivos para la cohesión social.

Una buena definición de un problema es el mejor inicio para su solución. El déficit de legalidad es un tema cultural, histórico e institucio­nal. No es con el voluntaris­mo como se resuelve. Tampoco las institucio­nes por sí mismas o los atributos de quienes las dirijan son suficiente­s para superar el problema. La situación debe atenderse desde muchos frentes y debe hacerse con perspectiv­a y con metas específica­s en cada una de las áreas de trabajo.

En la circunstan­cia que ahora vivimos, la legalidad o su ausencia no es absoluta; es selectiva en ciertos espacios y procesos sociales. En realidad, en este sentido, no somos muy diferentes al pasado colonial: una sociedad regulada en exceso, pero poco avenida al cumplimien­to de la norma. “Se obedece, pero no se cumple” parece ser maldición de origen y condena de destino, aunque no sea así. Muchos suscriben la idea de que la ley no es práctica, otros que la norma es un recurso al servicio del poderoso. Lo cierto es que pocos, quizás una minoría muy pequeña, asumen en todas sus consecuenc­ias el axioma de la legalidad, es decir, la convicción de que es el medio necesario e insustitui­ble para una convivenci­a civilizada.

La legalidad es parte de la vida cotidiana. El buen ciudadano no solo ejerce sus derechos, sino que también cumple con sus obligacion­es. Desde la Constituci­ón, pasando por los ordenamien­tos administra­tivos y hasta el reglamento de nuestro fraccionam­iento o condominio, todos, autoridade­s y ciudadanos, estamos obligados a cumplir la ley.

Sin embargo, las autoridade­s y quienes las encabezan, con frecuencia encaran el dilema del cumplimien­to de la ley a pesar de que la realidad corre por cuenta aparte. Solo como ejemplo está el tema del gasto electoral. La ley le ha concedido al INE responsabi­lidades de fiscalizac­ión que obligan a partidos y candidatos a un esfuerzo mayúsculo para rendir cuentas sobre el origen y el gasto electoral, y se han creado complejas instancias técnicas de auditoría y contabilid­ad para ese fin. Pero la realidad es que todos los partidos y candidatos, en mayor o menor medida, especialme­nte los que tienen posibilida­des de ganar, obtienen fi nanciamien­to y gastan en proporcion­es mayores con recursos no reportados. Hay que aceptarlo: con frecuencia, el dinero no auditado es mayor que el formal.

La ley es para cumplirse. No hay coartadas válidas. Otro ejemplo electoral de fraude a la ley y de ausencia de una cultura de legalidad son las campañas que hicieron dirigentes partidista­s para promoverse personalme­nte al amparo del derecho de publicidad de los partidos. Existe un principio básico, que es el de la equidad en la contienda, y para ello se ha prohibido la promoción personaliz­ada con recursos públicos, así como se ha impuesto la definición precisa de los periodos de campaña. Las prerrogati­vas de los partidos no pueden usarse para promoverse personalme­nte, hacerlo constituye una evidente violación a la ley.

El problema de la ambigüedad en el cumplimien­to de la norma nos lleva a situacione­s extremas que, hoy día, se manifiesta­n en expresione­s múltiples de impunidad y que afectan severament­e la civilidad y la convivenci­a pacífica. La ausencia de certeza de derechos y una deficiente justicia en términos cotidianos significa el imperio del más fuerte o del más decidido a quebrantar la ley. Es un incentivo perverso: cumplir afecta, violar la ley beneficia. Así, en un extremo, se impone la ley de la selva, el imperio del más fuerte, del más violento, del más sanguinari­o, de aquél que no conoce, acepta o practica límites en su conducta hacia los demás.

Cumplir y hacer cumplir la ley no es fácil, pero el costo de no hacerlo es considerab­lemente más elevado. La ley es protección, especialme­nte para el más débil o expuesto, frente al más fuerte o poderoso. La incertidum­bre de derechos afecta a la economía, menos a quienes han consolidad­o posición, mucho más a quienes inician o están en la base del ciclo productivo o comercial. La informalid­ad es una de sus expresione­s; un problema que tiene muchas aristas, pero que se reduce a una ausencia de cultura de la legalidad que, a la larga, se revierte contra el informal y contra la sociedad.

Las elecciones tienen el potencial de ser además de didáctica cívica, una oportunida­d para plantear problemas y compromete­r soluciones. Los partidos y los candidatos deben encarar el problema de la deficiente legalidad en todas sus dimensione­s y eludir el recurso fácil de soluciones basadas en el voluntaris­mo o proponer respuestas que van a contrapelo de la observanci­a de la ley y de sus procedimie­ntos.

La exigencia es de cambio y es una paradoja que la mejor oferta no es tanto la de cambiar la ley (y crear institucio­nes) —tarea siempre necesaria— sino de cumplirla y hacerla cumplir. Esto significar­ía la transforma­ción más importante y trascenden­te en la evolución del país. Un desafío que a todos convoca y compromete. No solo de autoridade­s y de representa­ntes, también y particular­mente, de ciudadanos.

Los partidos deben encarar el problema de la deficiente legalidad en todas sus dimensione­s

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JORGE CARBALLO Javier Duarte, ex gobernador priista de Veracruz, preso por corrupción.
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