Cargada de la resignación
Frente a los banqueros, en resumen, López Obrador afirmó que su proyecto es acabar con la corrupción. Lo mismo les dijo a las empresas de autoservicio y a los empresarios inmobiliarios. Igual lo repite a cualquiera que lo oye y los que dicen que lo escuchan. Señaló ante los banqueros que haría muy pocas reformas y que serían en la segunda mitad de su sexenio. Esto también ya lo ha dicho en otros foros. El candidato del cambio verdadero, el del lado correcto de la historia, dice que no habrá reformas en tres años. Hizo una excepción en Acapulco para demostrar que la lucha contra la corrupción será desde el inicio, que es eliminar los impedimentos actuales para procesar al presidente en turno, salvo por traición a la patria o delitos graves.
Suena muy bien. Que acabe con la corrupción y que no exista impedimento político por parte del presidente en ejercicio para que se procese a los corruptos por la vía judicial. El presidente no mete a la cárcel a nadie. Es el Ministerio Público y el Poder Judicial, cosa que olvidan el niño Anaya y López Obrador. En cualquier caso, que se les procese por cualquier falta y se termine así con la protección constitucional al régimen presidencialista que con el 108 constitucional salvaguarda la estabilidad política del sistema. Y si no, pregúntenles a los brasileños con su presidenta procesada e inhabilitada, un régimen político prendido con alfileres y una tasa de crecimiento negativa de 4 por ciento. Atásquense. Acaben con la corrupción, ¿y luego qué?
Efectivamente la corrupción es un problema, pero los fundamentos de la viabilidad y el crecimiento de la nación residen en las políticas que resuelvan y aprovechen los desafíos de la complejidad mexicana en productividad, competitividad, nivel de precios, manejo de recursos naturales, formación de capital humano, derechos de propiedad, acumulación de capital físico y monetario, alimentos, confianza institucional pública y privada, eficacia y legalidad en las relaciones y transacciones a todos los niveles, soberanía y apertura en la interdependencia y la globalidad. Nada de eso tiene que ver con la obsesión anticorrupción que persigue a AMLO como catalizador del enojo y no como forjador de instituciones y prácticas políticas que aporten una convivencia nacional de calidad, seguridad y certeza de futuro.
No sorprende que como ya lo hace de manera reiterada, haya comenzado su intervención ante los banqueros disculpándose por no hablar de corrido. El problema no es ese. La dificultad es que no puede pensar de corrido y por eso es incapaz de formular un proyecto y necesita volver siempre sobre la misma idea. De ahí que el saldo de la pasarela de la Convención Bancaria sea a la vez evidente y paradójico. Nadie puso en duda la actitud y la amplitud de la capacidad del candidato Meade en contraste con el niño Anaya y en diferencia abismal con el que ni habla ni piensa de corrido. A la vez, en el ánimo en corto de los asistentes y en algunas crónicas, permea la fatalidad de una prematura lectura de la elección futura a partir de encuestas actuales que invitan a lo que podría llamarse a una cargada de la resignación.
valencia.juangabriel@gmail.com La corrupción es un problema, pero los fundamentos de la viabilidad y el crecimiento de la nación residen en las políticas que resuelvan los desafíos mexicanos