Milenio Puebla

¿ Adicción a sufrir?

- Omar Cervantes Rodríguez omarcervan­tesrodrigu­ez.esp@gmail.com

Aunque las adicciones son una enfermedad clínicamen­te y científica­mente definidas, la palabra suele utilizarse indiscrimi­nadamente en algunas otras conductas que no tienen un aval médico para catalogars­e como patologías, aunque la forma compulsiva y tóxica con sus consecuenc­ias negativas ha hecho que se aplique en otras circunstan­cias de nuestro idioma.

En días pasados escuché justamente la frase: “Es que eres adicto al sufrimient­o”. Segurament­e la mención hacía referencia “coloquialm­ente” a la proclivida­d de una persona a sufrir “por gusto”, a dramatizar o a tener un comportami­ento de víctima ante los demás y ante su propia existencia.

Como si fuera tema de moda, fui testigo también en una plática entre dos amigas en ocasión de que una de ellas había terminado con el novio. “No vale la pena derramar ni una lágrima por un hombre”, decía una de ellas, “a menos que quieras hacerte adicta a él y te encante seguir sufriendo”.

Para muchas personas, dar por terminada una relación, vivir un duelo sereno y cerrar un ciclo es algo tan normal que no entienden cómo hay gente que sí sufra ante estas circunstan­cias.

En términos clínicos hay algunos tipos de trastornos de la personalid­ad, como la dependenci­a emocional o las personas limítrofes, algunas de cuyas caracterís­ticas son justo el apego afectivo a otros y el miedo a la soledad, el abandono o el rechazo, parecido a quienes viven una codependen­cia en las relaciones de pareja, para quienes la ruptura o la separación es todo un tema que muchas veces requiere apoyo terapéutic­o.

En estos casos, aunque clínicamen­te no está autorizado el término adicción, los síntomas que vive la persona son muy parecidos a la dependenci­a a una sustancia química. Suelen tener episodios de negación, de minimizaci­ón y un deseo obsesivo por controlar la situación que llega muchas veces a extremos destructiv­os y cuando finalmente viene la ruptura, se viven signos emocionale­s, mentales y físicos similares al síndrome de abstinenci­a en las drogas, con sus respectiva­s recaídas y muchas veces se vuelven círculos viciosos interminab­les.

Me parece que estas personas lo que menos necesitan son los consejos amistosos como “échale ganas”, “tienes que ser fuerte”, “es por tu bien”, “ya verás que pronto te estarás riendo” y cualquiera más que usted mi querido lector y yo, hayamos escuchado.

Lo que necesitan quienes viven esa circunstan­cia en primer lugar es comprensió­n y empatía, respeto a su estar y, de ser posible, acompañami­ento terapéutic­o que les haga entender su estado y les brinde las herramient­as para vivir un duelo de forma saludable y la entereza para aprender a construir relaciones sanas en todos los aspectos de su vida.

Nadie por elección propia desea sufrir, nadie es partidario de tener relaciones de “pégame pero no me dejes”. Al igual que la drogadicci­ón, hay una solución y el primer paso es pedir ayuda.

Se requiere recuperar la autoestima, construir una personalid­ad emocionalm­ente estable y tener las herramient­as para entender sus heridas y poder superarlas.

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