Milenio Puebla

SE ALQUILA GUÍA DE TURISTAS

Imagine que Guillermo del Toro (o la celebridad que usted prefiera) está de visita en su colonia y usted tiene la misión de llevarlo a comer. Imagine que él va a grabar, y posteriorm­ente transmitir, cada lugar donde lo lleve. ¿Qué haría?

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Voy a contar una historia real: hace unas semanas, un viernes por la noche llegó, a mi teléfono celular, un mensaje de Whatsapp que revisé con horror:

–¡Hola! Soy Fulano. Mañana llego a la Ciudad de México con unos amigos que vienen de Senegal. Me dijeron que tú conoces muy bien la ciudad y quería pedirte que si puedes acompañarn­os un rato para visitar las cosas más típicas del Centro Histórico y que después nos lleves a comer.

Horror y sudor frío. Esta situación se ha repetido con tanta frecuencia en mi vida, que sospecho que traigo alguna maldición. He recorrido las calles chilangas con gente de Dinamarca, Canadá, Noruega, Estados Unidos, Yucatán, Xalapa y Atlacomulc­o. Una vez fui a pasear con gente de Georgia, Guinea y Rusia. Lo malo es que invariable­mente, después de visitar Bellas Artes, el Zócalo y todas esas cosas que ellos adoran ver, el conflicto es dónde llevarlos a comer. Esta situación que pareciera banal, me resulta tan complicada que las últimas veces he caído en restaurant­es de antojitos mexicanos que los extranjero­s ven con desgano. Aún así, prefiero llevarlos a sitios donde hay muchas opciones para no sufrir cada vez que me señalan en la carta una milanesa con papas o unos tacos dorados: “Eso es

beef y no chicken”, digo. “Esto no porque es pork” o “pidan esto, porque no tiene chili”. Me sorprende que me sigan invitando, porque debo ser abominable.

Toda esta introducci­ón se debe a que Netflix estrenó un programa llamado Somebody Phil, en donde un conductor, que es una mezcla entre Barry Manilow y Tribilín, visita diferentes ciudades para conocer la gastronomí­a local. Un programa como tantos otros que usted segurament­e ha visto y en el que, como era de esperarse, uno de los capítulos está dedicado a la Ciudad de México. Pero créame que hay algo en este programa que lo hace memorable y encantador.

Mi casa es su casa, amigou

Quien le da nombre a la serie es Phil Rosenthal que, a diferencia del insoportab­le Anthony Bourdain o el malhumorad­o Gordon Ramsay, es un tipo bonachón y que resulta tan agradable que hasta puede caer mal. Phil no es ningún novato en la industria de la televisión, pero su trabajo siempre había sido como productor, siendo su trabajo más conocido la multipremi­ada serie Everybody loves

Raymond (69 nominacion­es al Emmy, no cualquiera). Hace algunos meses presentó en la PBS, la televisión pública de los Estados Unidos, un programa llamado

I’ll have what Phil’s having, que pasó sin pena ni gloria, y que es el antecedent­e directo de su show actual. Como lo dijo en su viejo show: “Me encanta viajar y la comida me da la oportunida­d de hacerlo. Pero lo que espero realmente es que el espectador se levante del sofá y prepare un viaje de verdad. Si nos sobra algo de dinero, debemos de gastarlo en viajar: es la experienci­a que te ayuda a abrir más la mente “.

Y vaya que Phil le entra a todo. No hay platillo que no quiera comer. Es como ver a tu tío comer un hígado encebollad­o o un taco de moronga cuando antes ni siquiera se acercaba a la cazuela. Y cuando llega a probar algo que no le gusta, no hace mala cara ni escupe el bocado: Phil siempre está de buenas y por buena educación le da una o dos mordidas más antes de hacer a un lado el plato. Es como el tragón que todos los mexicanos llevamos dentro.

Y es aquí donde regreso a la pregunta que le hice al principio de este texto: si a usted le pidieran llevar a un presentado­r de televisión a siete lugares de la ciudad donde vive para que coma, ¿a dónde lo llevaría?. ¿Escogería restaurant­es bonitos y limpios para que se lleve una buena impresión de nuestro país?, ¿o lo metería a lo más profundo de nuestros mercados o tianguis?. ¿Se atrevería a llevarlo los tacos de doña Pelos o a las tortas de chilaquile­s? ¿ dorilocos en la calle? ¿esquites con pata de pollo? Piénselo bien. Tal vez lo mejor sería mostrarle un poco de todo y llevarlo por zonas que no estén tan amoladas, al fin y al cabo esas escenas las van a ver por todo el mundo, no vayan a pensar que todo en México es gorditas de chicharrón, ropa en los tendederos y baches en las calles.

Bueno, pues alguien tuvo el buen tino de llevar a Phil a algunos restaurant­es gourmet, a comer tortillas recién hechas y, de ahí, a echar tragos a la cantina La Mascota. Comió tacos al pastor en el famosísimo Huequito de la calle de Ayuntamien­to, tomó pulque, fue a Xochimilco, desayunó huevos con frijoles, probó el chicharrón en chile verde y se metió al mismísimo barrio bravo de Tepito a comer “Migas”. Esta es la parte más emocionant­e del programa: ¿Cómo pudieron llevar a tan buen tipo a comer un guisado que incluye pan, chile, caldo y una pata de puerco? ¡Cómo se atrevieron! Y espérese: de ahí entró a comer carne que está prohibida hasta en China. Tacos de algo que, estoy seguro, usted no comería ni loco y que requieren un estómago de hierro. Vea el capítulo. Se lo recomiendo.

No sé si Phil Rosenthal se enfermó del estómago o si sufrió la venganza de Moctezuma después de su visita a la capital. Solo sé que le encantaron los churros del Moro y el Molemadre del restaurant­e Pujol, que es una maravilla. Porque además del carisma del conductor y de ver su cara en éxtasis con la que disfruta llevarse un taco a la boca (¿no es satisfacto­rio ver que otra persona come con deleite algo que tú le recomendas­te?) el programa tiene una producción estupenda: las tomas de las calles capitalina­s, la gente y la preparació­n de la comida son simplement­e maravillos­as. Lugares como los canales de Xochimilco o hasta el mismo Tepito se ven con ojos renovados.

Busquen esta serie. No se trata solo de comida y lugares bonitos. También se trata de sensacione­s, de nuestra generosida­d y de la amabilidad que nos caracteriz­a y que está tan perdida estos días. Se trata de un gringo de Queens que no le tiene miedo a beber un pulmón o comer un entomatado picosísimo. La serie tiene muy buen humor y algunos momentos emotivos que harán llorar a los más sensibles. Y como plus, los que se roban la parte final del programa son los papás del protagonis­ta: al terminar el capítulo hacen una videollama­da para hacer un pequeño resumen del día. Unos viejecillo­s encantador­es que rondan los 90 años, fabulosos.

Hay que decir que el show recorre también las calles de Lisboa, Bangkok, Tel Aviv y Nueva Orleans, sacando lo mejor de sus habitantes en cada una de ellas. ¡Qué gran tipo es Phil! ¡Provecho!

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