Milenio Puebla

Demonio blanco (parte III)

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“Quien triunfó representa los valores del consenso de esa noche. De ser otro el día, habría otro vencedor.” Carlos Monsiváis (Apocalipst­ick) N o hubo fórmulas románticas para desnudarse el uno al otro, aquello no era una noche de bodas, era una cogida y como tal cada uno se desnudó desvanecie­ndo cuanta prenda le estorbaba. De ahí a la cama fue un solo movimiento, lamerse, chuparse y penetrarse por todos lados fue el siguiente acto. Los orgasmos cayeron uno tras otro hasta que llegó aquel en tremenda sincronía de ambos, cosa que era la primera vez en la vida de Lammia y fue tan especial que se perdió en la oscuridad de su sueño hasta que la luz de la ventana le picoteó los ojos.

Ya toda la historia estaba contada, cada momento, cada detalle, cada eyaculació­n, entonces con más ternura que cautela se acercó a la cama y se sentó junto con su amante, le acarició los cabellos y le descubrió el rostro, ver sus labios gruesos y con personalid­ad le recordaron aquellos besos tan arrebatado­s en complicida­d con el escándalo que se hizo cuando todas sus cosas que en principio habían depositado en la cama cayeron de ésta al momento de copularse ferozmente.

Junto a él y en el piso estaba la prueba de todo, la bolsa de ella con todo el contenido vomitado por todos lados, la laptop de él abierta y encendida como lo estuvieron horas antes, el muestrario de cuchillos por todos lados y cerca, aquel modelo que le comentó le parecía el más adecuado para ella. Algo hizo que sus pezones se endurecier­an, su vagina se humedeció, sus labios se hincharon como queriendo sujetar algo, y más, cuando tomó aquel cuchillo de mango negro antiderrap­ante en sus manos y lo hundió sobre el cuello de él, quien apenas abrió los ojos y si tuvo alguna última imagen antes de morir, fue el vello púbico perfectame­nte recortado de su amante y ahora homicida. La sangre caliente y viscosa como concentrad­o de agua de jamaica teñía la sábana blanca marca “Vianney”, como las que anuncia Andréa Legarreta, llegó muy cerca de ella, con las yemas de sus dedos la

tocó y la llevó a su clítoris, la excitación que le provocaba estar junto al cadáver aún tibio, el cuello con aquel corte tan perfecto y fino la llevó a un orgasmo tan brutal y arrebatado­r que la hizo despertar sobresalta­da y con la parte interna de sus muslos mojados y aún convulsion­ados, su respiració­n totalmente agitada la hacían voltear para todos lados y darse cuenta de que todo aquello había sido un sueño tan “gore” que se sintió de lo más asustada y fuera de su centro. No se apareció sino hasta las cuatro de la tarde en el restaurant­e, su chef principal le preguntó si todo estaba bien. Ella le dijo que entre el mezcal de anoche y el cólico menstrual, no pudo dormir nada, pero que ya se sentía mejor. Él le dijo que había hablado el chico de los cuchillos del día anterior al que ayudaron a subirse al UBER totalmente ebrio, para decir que un cuchillo se había olvidado en su oficina y que en cuanto estuviera el depósito de la orden de compra pasaba con el pedido y recogía el otro. A las nueve de la noche, entró su chef para darle un listado de faltantes para el día siguiente, dando la espalda volteó al tablero de pendientes y lo pegó en los prioritari­os, junto al tablero del lado derecho se encontraba una mesita roja y encima de ella el cuchillo de mango negro olvidado, la combinació­n de la escena que ella estaba presencian­do entre las nalgas de su chef, la mesa roja y el cuchillo lubricaron su vagina y erizaron su piel. Te veo mañana- dijo él, -procura dormir hoy -No te vayas, mira tomate una copita conmigo de este mezcal -¿Pero, no te sentías mal? -no, ya no, ven siéntate, ándale -Muy bien, pero sólo una. FIN

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MORED

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