Los males del hombre: algunas cifras
Va por delante que eso que conocemos como machismo, en México, no solo existe, sino que predomina todavía de manera inaceptable. Búsquenle por dónde quieran. Los números sobre diferencias de salario, o sobre el número de gobernadoras o secretarias de Estado o hasta de los CEO en comparación con los números correspondientes en el entorno masculino, desproporcionadamente más altos, son de vergüenza. A la lucha por la equidad le falta muchísimo, sí. Y luego están los datos sobre la violencia pura y dura: el número creciente de feminicidios, o los datos disponibles sobre el acoso sexual, no digamos sobre el abuso, que son de vómito.
Dicho esto, me he topado últimamente con cifras que indican que el heteropatriarcado mexicano tampoco está para salir a bailar a las calles. Primero, las del suicidio. Tenemos una tasa de 5.2 muertes autoinfligidas por cada 100 mil habitantes, no muy alta pero no desdeñable; 80% de esos suicidios son masculinos (Inegi). No es más alentador el panorama con los homicidios: en 2016, había 36 asesinatos por cada 100 mil hombres y algo más de cuatro por cada 100 mil mujeres, o sea, 21 mil 673 contra 2 mil 813 (misma fuente). Tampoco nos va mucho mejor con las adicciones: un 47% de los hombres mexicanos consumen alcohol en exceso, contra un 19% de las mujeres, mientras que 6.5 de los 8.5 millones que consumieron drogas en 2016-17 son varones, y hay 10.6 millones de fumadores, contra 3.8 millones de fumadoras (Encuesta Nacional de Consumo de Alcohol, Drogas y Tabaco). Más preocupante aun es que todas estas cifras tienden a crecer.
¿Debe servir lo dicho para desviar la atención de ese problema central que es la violencia contra las mujeres, sea en sus formas menos estridentes —la discriminación, la desigualdad— o en las más brutales? Más bien, al contrario. Esa violencia responde a un sinnúmero de factores, empezando por una cantidad absurda de atavismos y deficiencias. Pero hay algo que funciona muy mal con la población masculina en este país, como podemos ver. Más vale que lo entendamos, salvo que alguien pueda imaginar que ese algo no tiene relación con lo que padecen las mujeres. Ni hablar: son mundos conectados sin remedio, el suyo y el nuestro. Luego se nos olvida.