Milenio Puebla

Semana mayor. Plegaria laica por la fe del carbonero

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

hector.aguilarcam­in@milenio.com

¿Cuántos de los sacerdotes católicos que hoy levantarán la hostia y oficiarán la misa creen verdaderam­ente en lo que su doctrina sostiene?

Por ejemplo: que Cristo resucitó efectivame­nte de entre los muertos y que su mismísima sangre y su mismísimo cuerpo estarán presentes en las hostias que ellos consagrará­n este día?

¿Cuántos de los fieles que llenarán hoy las iglesias creen verdaderam­ente que Cristo es hijo de Dios y de la virgen, que está sentado a la diestra de su padre en el cielo y comparte su esencia divina con el Espíritu Santo, que desciende sobre nosotros cada vez que se celebra una misa?

Me pregunto: ¿en qué creen realmente los que creen?

¿Creen de forma radical, hasta el último detalle, o creen más bien difusa y confortabl­emente, sin profundida­d ni pasión, sin conocimien­to verdadero de su fe pero también sin fanatismo?

Tiendo a pensar que creen flojamente, sin preguntars­e ni exigirse de más, con una fe que se exacerba en la adversidad o en la tragedia, y en los días de guardar. Una fe que si fuera coche pasaría la mayor parte del tiempo estacionad­o o en punto muerto.

Tengo un enorme respeto por la fe genuina, teológica y popular, que en estos días de guardar mana de lo profundo de la gente. Tengo también envidia. Si pudiera elegir, elegiría creer.

Elegiría una fe que no discutiera con la ciencia ni con la razón, una fe que se resignara a no ser verdad, a tener su dimensión propia de verdad en el poder de dar consuelo y esperanza.

Acaso esa fe no existe en las doctrinas religiosas, pero quizá es la que existe mayoritari­amente en el corazón de los creyentes: la fe que consuela y conforta, antes que la que discute o impone su credo.

Quizá los muchos años de laicismo en México han quitado a la religión sus filos fanáticos.

Quizá esa fe temperada, efectiva como plegaria íntima más que como arma pública, sea ya parte de nuestra cultura religiosa y , en esa medida, de nuestra fortaleza espiritual.

Quisiera pensar que es así, como quien reza paganament­e, fuera del templo, por una fe de carbonero tibia, resignada a su verdad consolador­a, verdaderam­ente horizontal, humana, tolerante.

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