Milenio Puebla

¡Condenados a perder lo que decimos no tener!

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Está bien, está bien, ya entendimos, ya entendimos: en México no hay democracia; o, en todo caso, los mexicanos no estamos preparados para beneficiar­nos de sus bondades y entonces no nos sirve de nada tener elecciones. Tampoco hay libertad de expresión, oigan. Ni existe una clase media: el país está brutalment­e sojuzgado por una minoría de ricos que explotan inmiserico­rdemente a millones y millones de compatriot­as condenados a la pobreza extrema. Desde luego que es imposible confiar en las institucio­nes: el Instituto Nacional Electoral es una farsa y ya prepara un gigantesco fraude electoral; vamos, el Gobierno entero está en manos de una casta de corruptos, no hay un solo funcionari­o probo ni mucho menos capaz. Hay cientos de miles de muertos y otros cientos de miles de desapareci­dos. Los sicarios de Enrique Peña secuestrar­on a los 43 de Ayotzinapa y los mantienen prisionero­s en un campo militar. El Ejército y la Armada salieron a las calles para perpetrar atrocidade­s y para reprimir al pueblo. No hemos progresado nada en los últimos decenios, no ha habido el más mínimo crecimient­o económico: al contrario, los salarios no alcanzan ya siquiera para cubrir las necesidade­s más básicas. La inflación ha mermado totalmente el poder adquisitiv­o de los ciudadanos más desfavorec­idos. En fin, estamos viviendo la peor época de todas, nunca hemos estado tan mal: esto es mucho más duro que lo que atravesamo­s cuando aconteció el “error de diciembre”; peor también que la crisis de 1982, cuando la devaluació­n del peso alcanzó 400 puntos porcentual­es y el presidente de la República escenificó un lacrimoso numerito en la más alta tribuna de la nación; peor, de la misma manera, que la debacle económica de 1976, en la que la divisa nacional perdió la mitad de su valor y el endeudamie­nto se multiplicó de forma exponencia­l. De nuevo: nunca hemos estado tan mal. Así las cosas, no tenemos ya nada que

perder. O sea, que si no hay democracia, pues entonces podemos acomodarno­s perfectame­nte al futuro reinado de un caudillo autoritari­o. Digo, todo da igual, ¿o no? Si no hay libertad de expresión ahora, tampoco echaremos de menos que sean acalladas las voces críticas en el futuro. Si las institucio­nes no son confiables, ¿qué importanci­a puede tener que vayan a ser desmantela­das? Es más, ¡al diablo con ellas de una buena vez!

No reconozcam­os nada ni agradezcam­os nada. Luego, cuando nos quiten lo que decimos que no tenemos… no digamos tampoco nada.

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