Milenio Puebla

Lula: una raya más al tigre

Doce años es la sentencia dictada que pretende evitar la presentaci­ón del ex presidente a las elecciones presidenci­ales de octubre próximo, en las cuales, se presenta puntero en todas las encuestas

- Jorge Luis Fuentes

La venganza de las élites contra un líder metalúrgic­o que les arrebató el poder está consumándo­se para terminar por consumirlo­s a ellos mismos de una vez por todas. Haber sacado de la pobreza a 30 millones de brasileños que vieron como, por primera vez en la historia de Brasil, un presidente se ocupó de los más pobres es la afrenta que tiene a Luiz Inácio Lula da Silva, sentenciad­o a prisión.

El debate sobre el encarcelam­iento del líder más carismátic­o de América Latina de los últimos años pasa poco, muy poco, por los tribunales; está, más bien, sostenido por los intereses de las élites económicas que no están dispuestas a ver como vuelve al poder quien osó combatir la pobreza extrema de millones de personas a costa de restar un poco de las grandes ganancias que en cascadas de corrupción habían llegado a sus bolsillos durante décadas… siglos.

Doce años es la sentencia dictada que pretende evitar la presentaci­ón del ex presidente a las elecciones presidenci­ales de octubre próximo, en las cuales, se presenta puntero en todas las encuestas (https:// goo.gl/ YBZtkX). La decisión ha sido ganar en tribunales lo que segurament­e perderán en las urnas ante una aclamación popular por el retorno del dirigente histórico del Partido de los Trabajador­es al poder.

Sin embargo, dicha decisión podría dar al traste con el avance reaccionar­io de los últimos años que desde la destitució­n de Dilma Rousseff habían conseguido. Encarcelar a quien hace unos días dijera a sus oponentes que “Están lidiando con un ser humano diferente. Porque yo no soy yo, soy la encarnació­n de un pedacito de célula de cada uno de vosotros” es un arma que popularmen­te se les puede revertir en un enojo social de proporcion­es descomunal­es.

Sabiendo de ese gran respaldo de su pueblo, Lula reta al juez y a las autoridade­s a decidirse a ir por él a Sao Paulo, desde donde los espera en la sede del sindicato de trabaja- dores metalúrgic­os que lo llevó a las boletas presidenci­ales por primera vez en 1989.

Para un hombre que enfrentó cuatro elecciones presidenci­ales hasta alcanzar su objetivo y gobernar por dos periodos (2003-2010) al país más poblado de América Latina, su aprehensió­n sólo representa un episodio más de lucha que deberá sortear, una raya más al tigre.

La lucha apenas ha comenzado, la lucha por la democracia brasileña y el derecho de su pueblo a ser gobernado por quien las urnas dicten. Las clases trabajador­as nada tienen que perder frente a una clase dominante que nada les puede prometer pues todo les ha quitado y nada les ha cumplido durante generacion­es hasta el arribo de quien emergió de entre ellos y combatió la pobreza con cifras y realidades tangibles.

Por eso las calles de Brasil se están llenando de pueblo dispuesto a impedir la consumació­n de un arresto injusto, bajo el lema de que “cuando la injusticia se convierte en ley, la resistenci­a se convierte en un deber” difícilmen­te la policía podrá ejecutar el mandato del juez Moro.

Pocas lecciones les ha dado o de pocas han aprendido esos reaccionar­ios que el 9 de abril de 1948 mataron a Jorge Eliécer Gaitán y provocaron con el Bogotazo una guerra civil de la que Colombia apenas está saliendo. Incluso un personaje de la más baja estatura política como Vicente Fox se echó para atrás en su ansias de sacar a Andrés Manuel López Obra- dor de la boleta de 2006 con el desafuero, al ver los ríos de personas que defendiero­n su derecho a votar a su candidato. Así lo hará el pueblo brasileño en los días por venir, quienes se lamían los bigotes con una sentencia escrita en un papel, se quedarán con las ganas de verle vestido con camisa a rallas pues para ello tendrían que atravesar a las multitudes que tal vez dormían bajo la tranquilid­ad de una falsa institucio­nalidad que ahora está al desnudo, sin legitimida­d. Dicha legitimida­d sólo puede ser otorgada por el voto que con cada acto de cobardía que busca frenar por las malas a Lula, se aleja de la derecha, quien involuntar­iamente lo impulsa hacia los brazos de su oponente. Durante hoy veremos concretars­e las capacidade­s de liderazgo y popularida­d que un hombre como Lula puede sacar a relucir ante actos que a la mayoría acobardan, y que por eso, entre los cobardes, son el sustento de una estrategia que los dirige a la derrota. Si el fin era enterrar a Lula en una celda por doce años, sólo están pavimentan­do su retorno al Palacio de Planalto por ocho años más al frente de los destinos de Brasil, en los cuales, junto con México, podrán ser las locomotora­s que orienten a América Latina.

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