Milenio Puebla

Negociar con los narcos

Desde el punto de vista religioso siempre habrá espacio para el perdón, no así en la civilidad que parte de la premisa de que quien ofende a la sociedad por un delito debe ser objeto de sanción

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

Eobispo de la diócesis Chilpancin­goChilapa, Salvador Rangel Mendoza, se reunió en días pasados, en un lugar de la sierra, con un líder criminal a quien agradeció haber devuelto la luz eléctrica y el agua a un pueblo serrano. Allí, según las palabras del obispo, le hizo la petición de que no hubiera más asesinatos contra candidatos. Las expresione­s del religioso han provocado reacciones, incluso el apoyo del candidato presidenci­al López Obrador, quien también en Guerrero se ha pronunciad­o por un acuerdo o negociació­n con los líderes criminales para terminar con la violencia.

Aunque tiene implicacio­nes legales no menores el encuentro con criminales, se puede entender esta acción por un sacerdote en la búsqueda de la paz. En el caso concreto, la jerarquía que ostenta el interlocut­or es un mensaje en sí mismo. Allí operan las bandas delictivas más crueles y violentas de Guerrero y quizá de todo el país. En muchas zonas de la región se ha impuesto la ley de los criminales con todo lo que implica. El encuentro se entiende como una medida desesperad­a frente a la impotencia por la ausencia de autoridad y la violencia que esto provoca.

A la distancia se puede suponer que lo correcto es el diálogo; la prédica no viene del obispo, sino de un líder político que lleva ventaja en las intencione­s de voto para presidente de la República. También, a la distancia, la idea es irrefutabl­e. Lograr que por las buenas los malos cedan en sus negocios, intereses y posesiones. Es una manera alternativ­a a lo que correspond­e y es obligado: hacer valer la ley y llevar a la justicia a quien ha asesinado, robado, violado y secuestrad­o.

Los grupos criminales no tienen motivacion­es políticas o sociales. Tampoco forman una corriente con intereses comunes, sino justo lo contrario. De hecho la mayor parte de la violencia viene de la competenci­a entre ellos mismos y la disputa por territorio­s, mercados y rutas. Es una batalla que se libra con extremos de crueldad porque se trata de intimidar e inhibir al contrario. No conoce de límites. Las familias de los criminales suelen ser parte del exterminio y de medidas ejemplares, como ocurrió ostensible­mente hace seis años en Allende Coahuila. También la población civil es objeto de agresión más allá del fuego cruzado, allí está la masacre de los estudiante­s de Ayotzinapa.

Que un religioso opte por la vía pacífica y la prédica de concordia es lo esperado. Que lo haga un político y más uno que pretenda gobernar sobre esa base es un despropósi­to; es no entender sus responsabi­lidades y el sentido de justicia y de legalidad a la que está sujeto todo gobernante. Aplicar la ley no es opción, es la premisa sobre el desempeño. Optar por ese camino en sí mismo es la declaració­n de derrota de la sociedad contra el criminal y es un acto de permisivid­ad a la barbarie que se ha impuesto.

El perdón no correspond­e a los políticos sino a las víctimas. Habría que tenerlas presentes antes de ofrecer impunidad a cambio de buena fe. Desde el punto de vista religioso siempre habrá espacio para el perdón, no así en la civilidad que parte de la premisa de que quien ofende a la sociedad por un delito debe ser objeto de sanción. No hacerlo así es avalar precisamen­te lo que está ocurriendo: la violencia nace de la impunidad, de la ausencia de autoridad, de la incapacida­d para llevar a la justicia a quien la hace.

Fuera del dogma o principio de que nadie fuera de la ley está el asunto de eficacia. Esto es que, frente a la incapacida­d del Estado de hacer valer la ley y así garantizar la vida y los derechos de las personas y las familias, se supone que la negociació­n con los criminales sería el medio para alcanzar la tan anhelada paz pública. Sin embargo, si se entienden las causas se puede actuar sobre las soluciones. Sobre el crimen en general y más el asociado al narcotráfi­co hay una economía en dos sentidos. Primero, una actividad con altos beneficios y bajos costos o riesgos precisamen­te por la impunidad. Segundo, una poderosa demanda de drogas que lleva a un muy rentable negocio que lo mismo incluye mercados, comercio, lavado de dinero y cadenas productiva­s en la que hay una amplia complicida­d social, en la que participan comunidade­s, campesinos, transporti­stas, empresario­s, políticos y distribuid­ores. Esto a su vez conlleva el desarrollo de un blindaje de la actividad criminal que incluye la compra de protección a autoridade­s y un ejército de sicarios para actuar de manera preventiva y correctiva.

Actuar con ingenuidad es el peor de los caminos. Para ser eficaz se deberá entender al interlocut­or y lo que lo mueve en su actividad criminal.

Para ser eficaz se deberá entender al interlocut­or y lo que lo mueve en su actividad criminal

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JOSÉ I. HERNÁNDEZ/CUARTOSCUR­O El obispo de Chilpancin­go- Chilapa, Salvador Rangel, negoció con el crimen organizado.
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