ara celebrar el equinoccio de primavera, en Babilonia se veneró la vida y la fertilidad en la diosa Ishtar y su hijo Tammuz. Todos los mitos en torno a ellos hablaban de la llegada de la primavera y, con ella, el renacimiento de la vida.
Tiempo después, en Germania, existió una divinidad de nombre similar a Ishtar: Ostara, también diosa de la primavera y la fertilidad (de “Ostara” se deriva “Easter”). En cierta ocasión Ostara se demoró y a su retorno encontró un ave con las alas rotas por el hielo. Apenada, la transformó en una coneja que cada año ponía huevos, única reminiscencia de su pasado como ave: de ahí los huevos de Pascua, símbolo primaveral de la fertilidad.
Todas las tradiciones religiosas en torno al equinoccio primaveral conllevan la inmensa alegría por el regreso de la vida y la fertilidad, después un crudo invierno. El cristianismo, sin embargo, se separó de esa línea para crear una festividad en torno al sacrificio, la muerte, la culpa y el sufrimiento.
¿Por qué triunfó una religión sacrificial? Porque el miedo es muy poderoso: el cristianismo llegó al extremo de inmolar al mismo hijo de Dios, para adorarlo ensangrentado, clavado en una cruz. Con cruentos sacrificios, infiernos eternos, pecados y culpas, la llaman “la religión del amor”, pero el cristianismo es sin duda la religión del miedo. Al macho cabrío, símbolo del sexo y la fertilidad de los campos, lo transformó en el símbolo del mal: el diablo. ¡El sexo quedó ligado al mal! Las palabras dia-bolon (desunión) y sim-bolon (unión) perdieron su riqueza interpretativa, para transformarse en mitos de terror. Así, la compleja y vasta sinfonía de la cultura humana, se convirtió en una tétrica canción de organillero.
Sin carnavales, sin alegría, sin dioses enamorados y sexuados, el cristianismo es una religión inhumana. Los dioses de otras culturas tenían atributos humanos que explicaban esta forma de ser. Para el cristianismo la grandeza es solo de un dios injusto y arbitrario: Dostoievski lo explica a la perfección en Loshermanos Karamásov.
Urge una religión diferente, que religue a la humanidad en el amor por su planeta, su casa, su oikós. Hace falta un oikologismo: un ecologismo radical.