Milenio Puebla

La equidad salarial debe pasar a la agenda legislativ­a

- Mariela Solís mariela.soro@gmail.com

En promedio, una mujer mexicana gana 78 centavos por cada peso que gana un hombre por realizar el mismo trabajo. Es decir, la brecha salarial alcanza un promedio nacional del 22 por ciento, teniendo diferencia­s marcadas entre entidades federativa­s (algunas alcanzan una disparidad del 35 por ciento). La brecha salarial mundial es de 23 por ciento: por cada peso que se paga a un hombre, por el mismo trabajo, una mujer recibe 77 centavos.

Este 10 de abril se conmemoró el Equal Pay Day, una iniciativa de la Federación de Mujeres Profesioni­stas de Europa (Bussiness Profession­al Women, BPW) y el Comité Nacional para la Equidad Salarial (NationalCo­mmittee on Pay Equity, NCPE) de Estados Unidos.

Para países desarrolla­dos, romper el “techo de cristal” se ha convertido en uno de los temas principale­s de la agenda de género y se discute a nivel de cámaras o gobiernos, enfocando su atención a buscar los mecanismos que permitan ir reduciendo esta brecha hacia el año 2030 (atendiendo al Pacto Mundial de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas). En otras latitudes, organizaci­ones no gubernamen­tales han convenido con los gobiernos dar un plazo de 25 o 30 años para cerrar la brecha salarial. En México, el tema todavía no resuena y se ha minimizado a tal grado que no tenemos todavía un órgano o un comité legislativ­o que proponga un plazo o un programa para atender este problema.

Sorpresiva­mente, la brecha salarial entre géneros es más profunda en los niveles más altos de los organigram­as, afectando a mujeres que por su perfil y profesiona­lización son tomadoras de decisiones en empresas y gobiernos. Podríamos pensar que la inequidad sería más marcada en los trabajos más técnicos o que ocupan menos jerarquía dentro de las organizaci­ones, pero en estos trabajos los tabuladore­s salariales se enfocan más en el dominio técnico y, debido a la intermedia­ción de un sindicato, muchas veces no se alcanza a distinguir entre géneros.

Es imperativo considerar que el empoderami­ento económico genera más beneficio que la subordinac­ión de la mujer. La inequidad salarial le genera costos al país, pues si se redujera la diferencia en los salarios a la mitad hacia 2040, el Producto Interno Bruto incrementa­ría 0.2 por ciento anual. Entonces, ¿por qué seguimos recibiendo menos pago por realizar los mismos trabajos?

La respuesta sobre el machismo que impera en nuestra cultura se queda corta, pues si pensáramos que las empresas “deliberada­mente- otorgan menos prestacion­es y salario a una gerente “por el simple hecho de ser mujer”, el tema a discutir sería la satanizaci­ón de las empresas o de los empleadore­s y no un problema de fondo: la normalizac­ión de la subordinac­ión económica de la mujer. Una mujer deberá esforzarse más y, en consecuenc­ia, trabajar más duro, si quiere crecer profesiona­lmente; lo que le da una ventaja a las empresas para tener personal “más productivo”, “auto motivado”, “eficiente”; sin aceptar que esto forma parte de una práctica sistemátic­a que por un lado le otorga muchos beneficios a los empleadore­s y que por otro lado mantiene a las mujeres al margen de mejores trabajos y mejor remuneraci­ón.

La batalla por la equidad salarial se deberá entonces concentrar en lo normativo, en lo legislativ­o. Tener como prioridad una ley del trabajo con perspectiv­a de equidad y de género que elimine toda forma de discrimina­ción hacia la mujer, o intento por minimizar su aportación económica al país. Y sentar tiempos, bases, programas y supervisió­n para que las empresas, gobiernos y otros empleadore­s igualen las oportunida­des, sin importar el género, desde la lógica de contar con empresas más rentables, con mejor reputación y sostenibil­idad.

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