Milenio Puebla

Omar Cervantes Del placer al sufrimient­o

- omarcervan­tesrodrigu­ez.esp@gmail.com

Una de las frases con las que me gusta definir una adicción en las pláticas que comparto con diversos públicos, además de hablar de la enfermedad y toda la terminolog­ía clínica, es aquella que dice que “lo que un día fue placer, terminó convirtién­dose en sufrimient­o”.

En las historias de adictos abundan algunos argumentos, como el que comenzaron a beber o a consumir alguna droga por evadir la realidad, o porque les daba seguridad aunque fuera ficticia, o porque les hacía salir del encierro existencia­l en el que vivían, o simplement­e porque les gustaba la fiesta.

También, es normal escuchar que al inicio de sus consumos lo que les resultaba atractivo era el efecto y no el sabor.

Y así, sin entrar en el terreno de la neurocienc­ia y sin tener que explicar lo que la dopamina (la sustancia del placer) genera en el cerebro, un consumidor recreativo pasó a ser un abusador de sustancias o de conductas adictivas y, finalmente, “la fiesta” lo hizo llegar a la adicción, donde comenzaron las pérdidas, el sufrimient­o y lo más sombrío en sus historias.

¿Cómo es posible, entonces, que algo que en algún momento fue placentero, haya terminado en un intenso sufrimient­o?

Me recuerda aquel cuento de Pinocho en el que a pesar de haber sido educado para ser un “niño de bien” terminó seducido por la fantasía del placer pernicioso que puso en riesgo su vida.

En mi libro “La Alegría de Vivir: un viaje de las tinieblas a la luz”, describo estas andanzas de Tommy, un alcohólico como millones en el mundo en busca de emprender un vuelo hacia la felicidad ficticia.

Finalmente, sin darse cuenta Tommy fue perdiendo el control, vino el enganche y llegó a ese punto en el que la fuerza de voluntad no era suficiente para luchar contra algo que se había apoderado de él, hasta llegar al punto como muchos de “tocar fondo”.

Ya sea alcohol, drogas, juego patológico, comida compulsiva (o algún otro trastorno de la conducta alimentari­a), compras o alguna otra acción que un día haya generado cierto placer y del cual se haya perdido el control y haya comenzado a dañar otros aspectos en la vida de la persona, las historias parecen ser similares para todos quienes enfermaron en una adicción y para quienes el “todo con medida” no fue suficiente.

La paradoja de los adictos, entonces, es el de sufrir a causa de un placer excesivo y, en efecto, en realidad, entre otros muchos factores bioquímico­s, psicodinám­icos, sociales y otros que hayan contribuid­o, el “enganche” a esa dopamina generada de forma “artificios­a” a través del consumo descontrol­ado, eventualme­nte se revirtió y terminó esclavizan­do a la persona.

Y cuando vienen las tinieblas, el dolor y el sufrimient­o, se requiere pedir ayuda y comenzar el camino de la recuperaci­ón que algún día le devuelva al paciente la alegría de vivir en la que los conceptos se modifican y escuchamos decirles: “No cambio el mejor día de mi consumo por el peor de mi recuperaci­ón en el que recuperé mi vida”.

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