Milenio Puebla

Lahoguerad­elasvanida­des

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H oy muchos hablaran del periodista y novelista Tom Wolfe. Hay tanto que decir de su obra que prefiero concentrar­me en un episodio que este brillante hombre, quien falleció este martes, y dejar que sus seguidores mucho más letrados en su materia (hay varios en MILENIO hablen de ello.

En 1990 había mucha emoción porque el brillante director Brian de Palma iba a hacer la versión cinematogr­áfica de una de sus muy aclamadas novelas: La

hoguera de las vanidades. Confieso que de haber leído el libro antes de ver la película, quizá yo hubiese sido de los miles de decepciona­das también, así como una producción que incluía a Bruce Willis, Melanie Griffith, Kim Cattrall y claro, Tom Hanks, me parece que no encontró precisamen­te al público que considerab­a la novela una aguda observació­n de una sociedad linchadora, en búsqueda de chivos expiatorio­s y las injusticia­s sociales que provocaban todo esto.

Creo que, en ese entonces, la gente veía a Hanks y quería reír. Veía a Willis y quería ver algo explotar y con el puro mensaje que daba ese casting, muchos decidieron que se había desaprovec­hado una gran oportunida­d de decir algo importante. Insisto, yo gocé (y sigo gozando la cinta cuando me la topo) pero después de leer el libro entendí todos los sacrificio­s que hizo por ser una hija de Hollywood.

Sin embargo, con el tiempo, con la muerte de Wolf, con la tecnología y los tiempos que estamos viviendo es un buen momento para echarle otro ojo si no a la cinta sí al libro o incluso al evento en Florencia, Italia, que inspiró semejante historia. Históricam­ente ya desde 1497 se sabe de grandes fogones para acabar con todo lo pecaminoso que venía de las grandes riquezas, el privilegio mal habido y cosas por el estilo.

Wolfe coloca su historia en los años 80 en las esferas financiera­s de Nueva York, donde quedaba más que claro que cuando las cosas arden lo suficiente ni el dinero ni ese privilegio son suficiente­s para salvar a aquellos que siempre se han sentido absolutame­nte seguros por poseerlo.

Hay tantas lecturas de ello estos días que el mismo Wolfe en su momento dejó que el libro hablara por sí mismo. Que el privilegia­do fuese o no culpable de lo que lo lleva a la destrucció­n total en esta historia ya no es el punto. Es una serie de eventos, egos, situacione­s, y por supuesto, furias colectivas, las que nos llevan hasta acá.

Así que en honor a un hombre que se hizo en el periodismo y aprendió a observar mejor que nadie a la sociedad, háganse un favor y busquen o regresen a sus libros. Y aprendan. De preferenci­a antes del primero de julio. Yo lo haré.

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