TOM WOLFE HASLEFTTHE BUILDING
Aún recuerdo con viva pasión el momento en que, frente al viejo cine Latino de Paseo de la Reforma, le compré Lahoguera
de las vanidades a un marchante que ahí llegaba con su tambache de joyas literarias. Tengo muy presente la urgencia con la que me abismé en sus chorromil páginas y la manera en que experimenté, junto con Sherman McCoy, el desatado refuego de sus desazones y laberintos en su calidad de Master of the Universe en picada kamikaze. Un libro fundamental que me sirvió, como a muchos estudiantes de comunicación y periodismo, para abandonar los lugares comunes, deconstruir con humor la realidad y dejar la densa y aburrida obligatoriedad de la objetividad.
¡Cómo he gozado sus libros, sus diatribas, sus iras y glorias, con su porte de dandy de verdad, siempre inmaculado con sus trajes níveos, pañuelos a tono de la corbata y sombrero de medio lao!
“Todos los hombres tienen un perro rojo, pero solo los hombres de verdad se atreven a soltarlo”, escribe Tom Wolfe en la página 257 de su novelón monumental, A
ManInFull ( Todounhombre, en español). Ese sabueso escarlata al que se refiere el viejo yeti del nuevo periodismo, es la bestia primitiva, aguerrida y colmilluda que todos tienen encadenada en su interior. Este cuadrúpedo montaraz es la fuerza de la naturaleza que, sin miramientos ni dudas, con vigor y sin remordimientos, obliga a las personas que le quitan las amarras a llegar a las últimas consecuencias para consolidar todas sus aspiraciones. Por eso hay que tener cuidado con lo que se desea, porque ese bull terrier colorado te puede arrastrar al precipicio con tal de estar a la medida de tus obsesiones.
Una lección que solo Wolfe, que conoce esas jaurías, podría haber escrito luego de zambullirse en la orgía jipiteca: Ponche
de ácido lisérgico y La banda de la casa de la bomba, títulos de un español muy ibérico que nos ha obligado a consumir la editorial Anagrama, dueña de los derechos de estos libros. Diez años después de La hogueradelas
vanidades, ya convertido en un santón, Wolfe escribió A Man In Full, verdadero espectáculo panorámico donde regresa al viejo oficio de desmenuzar con quirúrgico empeño el alma de la Gran Disneylandia. Obra monumental, arrogante y lúcida que generó una de las polémicas más agrias que se recuerden en el ámbito de la literatura y la intelectualidad en Estados Unidos, desde los tiempos de Gore Vidal.
Todo acto de Tom Wolfe generó siempre expectativas, incendios y repudios. Su reputación de periodista, escritor y crítico lo llevó a los olimpos de la cultura con sus impecables trajes de lino blanco, sus asombrosas corbatas, las polainas que adornaban sus costosos zapatos y el sombrero y el bastón que hacían de él todo un personaje extraído de una historia de Jane Austen o del catálogo de antihéroes de Elizabeth Warthon.
Desde sus años como gran animador del llamado Nuevo Periodismo, movimiento que combina las estructuras y espacios literarios con las premisas de la redacción y las exploraciones del periodismo, Wolfe fue siempre objeto de polémicas, ataques y enconados ejercicios de señalamiento y vívida discusión. Su propio carácter crítico, ácido y temerario lo llevó de la mano por toda clase de batallas. Así, Mr. Tom ha demostrado sus cualidades de durísimo fajador que no cae fácilmente a la lona, en medio de los aplausos de las masas de lectores que ven en él no solo a un antihéroe venerable y a un guía espiritual, sino al gran escritor empeñado en diseccionar al mundo sin el auxilio de ninguna analgesia.Y para muestra, un botón que son muchos botones: Emboscada en Fort Bragg. El asesinato de un joven soldado a manos de sus compañeros por su supuesta inclinación homosexual, le sirve al maestro para hacer una radiografía del naquerío
redneck que sostiene a Donald Trum, y una crítica feroz a los medios de comunicación, siempre del lado del morbo y el artificio.
Así, con ese mismo empuje devastador, Wolfe escribe Yo soyCharlotte Simons: una brillate estudiante sureña que gana una beca en una prestigiada universidad donde conoce la bestialidad que representa enfrentarse a la juventud dorada que puebla esos institutos, puro juniorcete procaz, papaloys de pésimo y artesano gusto, Barbies desmecatadas y mirreyes de baja estofa intelectual, aspirantes a rendirle homenaje a la autodestrucción más cool. Es como una película tipo Los estudiantes se
divierten, pero con el genio maestro de don Tom, en cuya cabaña se estudia sin piedad los fenómenos que castran la belleza del mundo. Ya como último bastión de su legado, el
master dejó su querido Manhattan y abordó uno de los grandes enigmas del mundo: Miami. Para ello se entregó al desarrollo de un mural monstruoso donde trata de explicar esa tierra ignota en la que reptan seres emanados de la Pequeña Havana, cuya idea de la cultura es el reguetón y la balada cursi, en cuyas playas se rostizan las ilusiones que viajan en tranvía y cuya arquitectura alimentada con los sueños guajiros de la industria porno, invita a la disolución social en Bloody Miami.
Tom Wolfe has left the building. Nos deja el legado de su obra y sus arrebatos. Nos deja la invitación para entrarle al periodismo gonzo, porque a todo perro le llega su hora.