Los 50 del 68
M e interesan de verdad no sólo las disidentes voces que se manifestaron durante el movimiento popular estudiantil de 1968 en México, sino también las auténticas voces que se han mantenido (involuntariamente o no) en la marginación. Ésas son las que hay que rescatar, aunque ya haya pocos sobrevivientes, porque son las más creíbles. Me explico: a partir del tres de octubre de ese año cambiaron muchas cosas en las formas de hacer política. Un dato por demás cierto y casi comprobado: el presidente de la república actúo respondiendo con la violencia ante las exigencias de un pliego petitorio que había elaborado el CGH. Es verdad: llegó la represión y no se resolvió un solo punto del pliego petitorio. Es más: no hubo acercamiento hacia las autoridades. Se ha dicho que el presidente temía un boicot a la XIX olimpiada de la era moderna que se inauguró en el doce de octubre, diez días después de la masacre de Tlatelolco.
Entre las voces disidentes, los activistas que hace treinta años escribieron sus testimonios (Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Luis Tomás Cabeza de Vaca, Marcelino Perelló o Luis González de Alba) reconocen la del rector de la UNAM Javier Barrios Sierra (léase su discurso al convocar a una marcha en defensa de la autonomía, en agosto de 1968) y la de Octavio Paz cuando renuncia a su cargo de embajador en le India en protesta por las radicales medidas de Gustavo Díaz Ordaz.
Después diría el propio ex presidente que O. Paz nunca renunció y que cómodamente pidió que se le pudiera en “disponibilidad”, es decir: “recurrió al expediente burocrático para conservar la chamba” (entrevista a GDO, 1977).
Poco antes del 2 de octubre ya había divisiones internas entre los miembros de la comunidad estudiantil, lo que hizo que se tomaran decisiones equivocadas y al vapor. Incluso los dirigentes tardaron en darse cuenta que había provocadores infiltrados dentro del movimiento.
Nada qué decir de las declaraciones de Marcelino Perelló, donde explica que las primeras balas disparadas por el Ejército eran de salva. En ese momento se dejan ver más las diferencias. Al llegar Luis Echeverría a la presidencia de la república lo hace bajo una “apertura democrática” que no se sostiene en los hechos: habría de demostrarlo el 10 de junio de 1971 con la represión del jueves de corpus, el halconazo.
Todos los inmiscuidos en el movimiento tomaron rutas distintas: unos en el extranjero, otros en la docencia y unos más en la administración pública.
Las reflexiones individuales han terminado por contradecirse unas a otras. Los “Días de guardar”, a cincuenta años de distancia, aún no tienen su propia credibilidad. Sí, fueron más de 300 los masacrados; el presidente reconoció que hubo “más de 30 y no pasaron de 40 entre soldados, alborotadores y curiosos”.
¿Cuántas voces no ha tomado en cuenta la historia? ¿Cuántos no han sido los marginados? Habrán sido muchas, algunas aún perviven. Ésas son las que hay que recobrar ahora, a cincuenta años del suceso.
Este año no habrá días soleados, según lo destaca el pronóstico del tiempo.