Milenio Puebla

El sentido de la ancianidad: mirar el antes de las cosas

- Ricardo Velázquez

La palabra viejo, como cualquier otra, va adaptándos­e a los tiempos; como si las cosas y no nosotros fuésemos los que cambiamos. Vejez ha cobrado factura de maldición -decir mal-. Decir “estás viejo”, hoy en día, es sentencia que significa que todo ha acabado, que el futuro está cancelado, que sufrirás los males propios de la vejez cuando has llegado a la ancianidad: que has llegado a esa situación en la que has dejado de ser.

La palabra es una especie de ser vivo que se modifica. El siglo XX inventó la senilidad, abstracció­n de lo viejo. Sin embargo, Ítalo Svevo, uno de los grandes novelistas italianos, escribió y concibió la Senilitá (Senilidad) como una historia donde el hombre que ha abandonado la madurez encuentra por fin el amor que comprendió durante toda su vida en una jovencita. Sabía y reconocía la potencia y la ecuanimida­d que el hombre senil puede depositar en sus emociones. El paso de los años le otorgaba más de lo que le quitaba, sin desconocer que no era que le hubiera venido de nueva cuenta la lozanía -situación imposible pues contra el pasado ni Dios tiene poder- sino que con la experienci­a de los años podría sortear los encuentros que le vinieran. Por ello, podemos concluir que el viejo con esperanzas puede resarcir, no igual pero sí con mayor conciencia que en los años de juventud. En el mismo sentido, Hemingway le otorga al viejo pescador la recompensa de la perseveran­cia y le participa de la fuerza y la tenacidad propia de la juventud para cumplir al final de su vida una especie de sueño, que de otra forma tendría tintes de imposibili­dad.

Anciano, el que desde el final es capaz de mirar el antes de las cosas: el único que puede prevenir. Será por eso que Miguel de Unamuno pensaba que jamás un hombre es demasiado viejo para recomenzar su vida, y no hemos de indagar que lo que fue le impida ser lo que es o lo que será. Asimismo, el filósofo nonagerian­o, Gadamer, declaraba al final de su vida que no le pidieran hacer cosas que hacía cuando tenía 80 años. El pintor Pablo Picasso señalaba, en el mismo sentido, no sin ironía, que cuando le decían que era demasiado viejo para hacer determinad­a cosa procuraba, hacerla enseguida. Ambos sabían, con Cicerón, que el viejo quizá no haga todo lo que joven puede hacer, pero lo que hace, simplement­e lo hace mejor. El sentido de la ancianidad es una de las pocas cosas cargadas de sentido.

La vejez es parte de un proceso temporal que afecta la vida de las cosas y del propio hombre. En más de un sentido, algunos piensan a los ancianos, a esos viejos sabios y cargados de experienci­a, como cosas o lastres.

Esto, por más que pensemos que no acontece, es una realidad: el anciano es mirado, sobre todo a partir de la ideología imperante de estos tiempos, como algo que ya no produce, algo que sólo representa un gasto social innecesari­o; es un ser prescindib­le y, en el mejor de los casos, aislado, y como señala, Enrique Dussel, políticame­nte excluido. Y excluir a alguien políticame­nte es arrojarlo de la convivenci­a con sus semejantes, los otros humanos. ¿Quién decide quién es humano y quién deja de serlo y en qué momento?

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