Milenio Puebla

EL CALOR EN EL SAHARA

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En las últimas semanas la Ciudad de México ha experiment­ado una inusual oleada de calor que trae a los chilangos sufriendo mientras que otros paisanos, más acostumbra­dos a este tipo de clima, se burlan de lo poco que aguantamos. Y sí, en realidad este calor no es nada comparado con el que se vive en el desierto del Sahara, en donde se encuentran los campamento­s de refugiados saharauis.

Pero se preguntará usted, ¿quiénes son estos saharauis? Son los habitantes del Sahara Occidental, al norte de África y que en algún momento también fue colonia española. Justo al morir Franco en 1975, España abandonó a su suerte a su ex colonia y permitió que fuera invadida por Marruecos y Mauritania, convirtién­dose así en la última colonia africana, sin que aún hoy en día pueda llevarse a cabo el referéndum de autodeterm­inación que les permita decidir su futuro. Por este motivo, muchas familias cruzaron el desierto y se refugiaron en el suroeste de Argelia, en la ciudad de Tinduf, en donde se localizan los campamento­s en los que residen más de 150 mil personas. Esta parte del desierto es conocida como “Hamada”, el desierto de los desiertos o “el peor de los infiernos”, como le dicen los árabes.

Es aquí, en donde las temperatur­as alcanzan hasta 55 grados Celsius en el verano y las tormentas de arena están a la orden del día; en donde si llueve, cae con tal fuerza que destruye las casas hechas de barro, como en 2015-2016, cuando las tormentas destrozaro­n alrededor de nueve mil viviendas, según datos de Acnur. Es uno de los lugares más inhóspitos del planeta y en donde los saharauis sobrelleva­n año con año este clima tan extremo.

Las clases y actividade­s en general terminan temprano, alrededor de mediodía, para que la gente pueda volver a sus casas y resguardar­se. Se evita salir a menos que sea muy necesario ya que afuera es como estar en un sauna. Y cuando esto ocurre, en los hombres es indispensa­ble usar un turbante y las mujeres, aunque suene ilógico, se cubren completame­nte con la melhfa, que es un trozo de tela de 4 a 6 metros con el que se envuelve el cuerpo, se ponen blusas de manga larga, lentes y hasta guantes. Como no es común usar bloqueador, ésta es la manera en que la gente se protege del sol.

Las personas viven en casas de adobe que tienen techos de lámina o de chapas de zinc, los cuales hacen que por dentro la temperatur­a también sea alta. Actualment­e muchos hogares cuentan con aire acondicion­ado que funciona gracias a placas solares o electricid­ad, aunque normalment­e solo está en una habitación y funciona cierta cantidad de horas, por ser modelos antiguos. Antes la gente simplement­e se refugiaba dentro de sus jaimas (las típicas tiendas de campaña árabes) y por las noches aún se acostumbra dormir fuera sobre una alfombra o tapete y con una manta, tumbados bajo las estrellas. Como no todas las familias cuentan con un refrigerad­or, la comida que hay en casa es no perecedera. Por ejemplo, lentejas, arroz, pasta, harina para hacer pan y algunas verduras. Usualmente cuando se come carne, que puede ser de camello o cordero, se termina el mismo día y si llega a sobrar algo, se guarda para alimentar a las cabras.

Debido a lo difícil de las condicione­s climáticas, en el verano, muchos chicos saharauis de entre siete y 12 años pasan la temporada con familias de acogida principalm­ente en España y otros países, como parte del programa “Vacaciones en Paz”. Gracias a esta iniciativa tienen la oportunida­d de atender necesidade­s médicas y alimentici­as, así como tener otra perspectiv­a de la que ven a diario en los campamento­s.

En los últimos dos años el calor ha sido tan intenso que ha provocado frecuentes cortes de electricid­ad, sin embargo, no hay mucho qué hacer ya que los recursos son escasos, al igual que la ayuda humanitari­a internacio­nal de la que dependen para subsistir . Aguantar este clima es todo un reto, sobretodo cuando coincide con el Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes en donde se ayuna (comida y bebida) desde que amanece hasta que anochece. Algo complicado en un lugar donde de por si escasea el agua y los alimentos. Ante la adversidad, creativida­d A Tateh Lehbib Braica le dicen “el loco de las botellas”. Esto porque gracias a una beca pudo estudiar Ingeniería en Energías Renovables y cuando volvió a los campamento­s, decidió construirl­e una vivienda más digna y cómoda a su abuela hecha, literalmen­te, de botellas de plástico rellenas de arena y unidas con cemento. Están colocadas en forma circular para combatir el viento y las tormentas, haciéndola más resistente que las típicas casas de adobe, además de que se reduce el impacto de los rayos solares y las altas temperatur­as, sin contar que se ayuda al medio ambiente fomentando el reciclaje de plástico.

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