Milenio Puebla

Escándalo por omisión

- NICOLÁS ALVARADO

No los mencionaré por su nombre. Y no solo porque ella sea una amiga querida y admirada, y mi compañera de trabajo a lo largo de nueve años, y él un señor cuya hospitalid­ad he disfrutado y del que no tengo sino cosas buenas que decir, sino porque no merecen seguir siendo objeto de un escándalo que no debiera ser tal. Lo escandalos­o no está en un presunto video sexual en que aparece una figura pública, sino en que éste haya sido circulado en redes sociales, afectando su reputación y granjeándo­les a él y a su esposa —también figura pública— un aluvión de comentario­s lesivos e injuriosos. Y, sobre todo, en que México no tipifique todavía como delito lo que se conoce en inglés como revenge

porn y en español como pornovenga­nza, y en que, hasta donde ese posible ver, este artero episodio no esté alentando, en los medios como en los entornos jurídicos y legislativ­os, una discusión sobre un vacío legal que es urgente resarcir.

No es chiste ni debe llamarnos a mofa. Por razones que desconozco —y que no me incumben ni me interesa dilucidar—, alguien buscaba hacer daño moral y psicológic­o sea a la víctima, sea a su esposa, sea a ambos. La práctica no es nueva: surgió con el auge de las redes sociales y ha llevado a Twitter, a partir de 2015, a anunciar que removería de manera inmediata “cualquier liga a una fotografía, video o imagen digital en que usted aparezca desnudo o incurra en cualquier acto de naturaleza sexual que hubiera sido publicado sin su consentimi­ento”. Como este caso ha dejado claro, ante el vertiginos­o ritmo de las redes sociales, ese compromiso no basta. Es necesario legislar y penalizar para disuadir, como lo han hecho ya Israel, Inglaterra, Gales, Malta y otras naciones que contemplan de dos a cinco años de prisión por este delito.

En México, el senador Víctor Hermosillo y Celada presentó en la actual legislatur­a una iniciativa para reformar el Código Penal Federal y tipificar la pornovenga­nza como un delito de hostigamie­nto sexual. Que no estemos discutiénd­ola hoy es el verdadero escándalo.

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