Milenio Puebla

La UNAM crea invernader­o para cultivar tomate

Con automatiza­ción y manejo de biofertili­zantes y biofungici­das, aumenta la productivi­dad y disminuye costos, consumo de agua y tiempo de germinació­n

- Redacción/ México Las plantas tardaron entre siete y 12 días en dar su fruto.

Expertos de la UNAM trabajan en invernader­os automatiza­dos para optimizar la agricultur­a de hortalizas mediante el control de variables físicas y nutriciona­les (temperatur­a, radiación, pH, humedad relativa, fertirrieg­o), además de utilizar biofertili­zantes y biofungici­das desarrolla­dos en esta casa de estudios.

Con esos elementos, en un invernader­o con automatiza­ción de nivel medio lograron una producción anual de entre 380 y 450 toneladas por hectárea, cuando en uno comercial típico es de 225 a 350 toneladas. También se incrementó la cantidad de jitomate de primera calidad, aumentando así las utilidades para el productor, expuso Enrique Galindo Fentanes, investigad­or del Instituto de Biotecnolo­gía (IBt).

Además, el costo disminuyó de 7.6 pesos por kilogramo a 4.29; el consumo de agua se redujo de 30 a 14 litros; los tiempos de germinació­n de 28 a 20 días, y la carga química de fertilizan­tes de 300 gramos por kilogramo producido (datos de campo abierto) a 42 g/ kg producido. El control de las variables ambientale­s, aunado a un buen trabajo cultural, evitó la propagació­n de plagas y, en consecuenc­ia, el uso de plaguicida­s. El invernader­o, detalló, está equipado con una pared húmeda y ventilador­es para su humidifica­ción y enfriamien­to; cuenta con mallas-sombra para controlar la radiación solar, y nebulizado­res para regular la humedad relativa. “En colaboraci­ón con la empresa Dussher desarrolla­mos un sistema de cortinas para regular la temperatur­a”, detalló.

Estos sistemas dependen de sensores que monitorean variables ambientale­s como radiación, temperatur­a, humedad relativa y conductivi­dad/salinidad, entre otras. “Si el cultivo requiere menor radiación, las mallas se cierran automática­mente”, agregó.

Los biofertili­zantes y nutrientes se distribuye­n a través de un sistema de riego automatiza­do y la reducción del consumo de agua se logró con un sustrato mejorado, que consiste en una mezcla de tezontle y fibra de coco, diseñada en Fideicomis­os Instituido­s en Relación con la Agricultur­a (FIRA). En noviembre 2012 la empresa de base tecnológic­a Agro&Biotecnia, en la que participan Leobardo Serrano Carreón y Enrique Galindo, del IBt, lanzaron al mercado Fungifree AB, un biofungici­da cuyo ingredient­e principal, la bacteria Bacillussu­btilis, se activa al contacto con el agua, germina y produce metabolito­s que protegen a las hortalizas de un amplio espectro de patógenos que causan enfermedad­es en al menos 23 cultivos, incluido el jitomate.

Serrano Carreón detalló que el nitrógeno es uno de los nutrientes principale­s de las plantas; el problema en el campo es que para mejorar las cosechas se usa de manera indiscrimi­nada (en fertilizan­tes químicos), pero la planta aprovecha solo 30 por ciento y el resto se filtra al suelo y contamina el agua.

Desde 2009 la Unidad de Bioproceso­s (UBP) del Instituto de Investigac­iones Biomédicas de la UNAM y la empresa mexicana Biofabrica Siglo XXI colaboran para desarrolla­r Maxifer, un biofertili­zante elaborado a base de Azospirill­umbrasilen­se, una bacteria que fija el nitrógeno del medio ambiente en la planta.

“Al aplicarla en el sustrato de la semilla del jitomate, la germinació­n fue más rápida. Pasó de 28 a entre siete y 12 días con nuestro biofertili­zante, que estimula el crecimient­o de raíces, por lo que la planta absorbe más nutrientes”, destacó Mauricio Trujillo, de la UBP.

Los invernader­os inteligent­es están en Tezoyuca, Morelos, y son un trabajo financiado por el programa de Problemas Nacionales del Conacyt.

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