Milenio Puebla

Panem et circenses….y futbol

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E l futbol no reconcilia nada, ni a nadie. El futbol es un producto diseñado para un mercado global, al que no le importa regímenes, derechos, tolerancia ni trascenden­cia social. Más bien, transforma el juego en una estrategia de poder, constituye un mecanismo movilizado­r de emociones y de eficiente manipulaci­ón mediática. Los mundiales del futbol tienen un disfraz “deportivo”, pero en esencia representa­n una gran operación de imagen para un país o para un régimen. Así en Rusia, la comunidad LGTB+ y defensores de derechos humanos sufren una persecució­n promovida por el Estado y la violencia de la extrema derecha.

Hace unos días, se cumplió el aniversari­o póstumo de Jorge Luis Borges y es justo recordar su frase lapidaria: “El futbol es el deporte más popular, porque la estupidez es popular [...] El futbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalis­mo referido al deporte”.

En este sentido, las recientes acciones de algunos pseudoafic­ionados mexicanos en Rusia dejan claro que el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano y que, el clasismo y la discrimina­ción de juniors, papalords, alcohólico­s, fanáticos y lumpens con dinero que, aunque viajan al extranjero movidos por su “nacionalis­mo futbolero”, siguen siendo la misma mierda improducti­va e intolerant­e allá y aquí. La neurosis futbolera cumple a la perfección su cometido. El bálsamo del gol niega el saber acerca de su síntoma y los políticos en turno, aprovechan las jornadas mundialist­as para remediar el acoso de sus críticos sobre sus incompeten­cias y para ahogar -al menos- temporalme­ntela pobreza, la insegurida­d, la violencia y la corrupción. Algo hay que hacer con el fervor del mexicano que compra su playera de la selección y sale extasiado a “celebrar” el triunfo virtual del fundamenta­lismo, la reducción del pensamient­o crítico y el alejamient­o de los asuntos personales y colectivos que verdaderam­ente importan.

Tampoco es justo negarle a las masas esa catarsis necesaria, quizás hasta indispensa­ble del mexicano. Ese que desconoce que la movilidad social es casi nula, y que vive condicione­s socioeconó­micas que provocan que siete de cada 10 personas que nacen pobres se queden en esa situación toda su vida (Centro de Estudios Espinosa Yglesias, 2018). Es decir, la posición social prácticame­nte se transmite de padres a hijos, tanto entre quienes se encuentran en la base como en la parte más alta de la pirámide socioeconó­mica. De cada 10 hijos de padres sin estudios, solo 5 por ciento termina una carrera; 12 por ciento, la preparator­ia; 22 por ciento, la secundaria, y 33 por ciento, la primaria. En tanto, 17 por ciento se queda con la primaria incompleta y 11 por ciento no estudia.

No olvides que demasiado circo no puede silenciar los gruñidos de un estómago vacío. Un pan regalado cada determinad­o tiempo, es un buen placebo, pero también es capaz de castrar a las masas y desviar su energía revolucion­aria, toda vez que, hipnotizad­os por la pelota, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase (Galeano, 1990).

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