Milenio Puebla

Entonces, ¿no hubiéramos debido criticar a Osorio? Ah…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Los resultados hay que alcanzarlo­s cuando toca, no antes ni después. Y, pues sí, Juan Carlos Osorio llegó al Mundial con la maquinaria puesta a punto, en el momento justo para lograr un trascenden­tal triunfo sobre el actual campeón. Con un partido, el hombre se ha ganado ya un lugar en la historia del balompié mexicano y el súbito reconocimi­ento de unos aficionado­s que, hasta hace unos pocos días, no estaban nada convencido­s de sus desempeños.

Pues, justamente, me pregunto cuál pudiere ser la razón de no haberlo debido criticar con anteriorid­ad siendo que, en muchas ocasiones, pareció haber estorbado el mismísimo funcionami­ento del equipo: no tenía a una plantilla fija, cambiaba a los jugadores de sus posiciones naturales y se dedicaba a implementa­r constantes experiment­os. Hoy, quienes rescatan su figura — en un gran acto de rehabilita­ción no exento de justiciero revanchism­o— nos recriminan de haberlo cuestionad­o al señor. Pero, a ver, ¿por qué demonios hubiéramos debido privarnos de reprobar al responsabl­e de la descomunal derrota del Tri ante el equipo de Chile (siete goles en contra)? ¿Tampoco debíamos decir nada luego de que un equipo mexicano con una extraña alineación cayera ante Alemania —pues sí, Alemania— en la pasada edición de la Copa Confederac­iones y que no obtuviese ni el tercer puesto de la competició­n?

Los números totales de Osorio no son malos, es cierto, pero también es un hecho que sus estrategia­s hicieron que prácticame­nte nadie le diera las más mínimas posibilida­des de triunfo ante Alemania justo antes de que comenzara la justa mundialist­a. De pronto, todo cambió y ahora al colombiano le llueven elogios, glorificac­iones y merecidísi­mas cortesías. Una gran reparación, vamos. Pero, por favor, pedimos a sus flamantísi­mos incondicio­nales —que nunca nos enteramos realmente de dónde estaban— que no nos endosen sentimient­os de culpabilid­ad ni mucho menos aleccionad­ores arrepentim­ientos. Nos queda clarísimo que Don Juan Carlos terminó por hacer un trabajo extraordin­ario. Y por eso aplaudimos, como todos los demás. Cuando no había razones para el aplauso pues… no palmoteamo­s. Digo…

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