Parece que no
Hace unos años un amigo se quejaba de lo mal que estaba el mundo. Y agregaba a nuestro propio drama a “los muertos de Calderón”, episodio violento que hasta ahora, ni Enrique Peña Nieto, ni el Congreso de la Unión, mucho menos los gobernadores, han podido reescribir el curso de esa historia.
Al contrario. Reportes, investigaciones periodísticas y testimonios señalan que son los propios gobernantes, los titulares de los poderes ejecutivos de algunos estados de la República Mexicana, los que atizan el fuego con acuerdos manchados de sangre. Una verdadera tragedia que arrincona al desdibujado Estado de Derecho.
Hace unas horas mataron al candidato número 47 de este proceso electoral (que inició en septiembre del año pasado. Fernando Ángeles Juárez, de Ocampo, Michoacán, cae muerto por impactos de bala. El tercero en ocho días y el quinto en este estado. Es la violencia en extremo, ¿intereses del crimen organizado? ¿Adversarios electorales? Que inicien las investigaciones...
La violencia también alcanzó a las redes, tanto, que el actor Diego Luna lanzó la invitación a un movimiento llamado “El Día Después”, con la idea de calmar las aguas por ese ataque que nace del miedo, de la desinformación, del ego.
Es falta de empatía. No todos los mexicanos buscan el cambio desde la comodidad de su lap, o a través de su móvil inteligente. Millones apenas se enteran cuando la extrema pobreza no les permite siquiera reclamar. Otros, igualmente marginados, lejos de sus pueblos, devorados por la ciudad, ven a ese mexicano encabronado en Facebook por no querer perder sus “viernes de godín”. Son invisibles. Pero son mexicanos.
Y cuando la comunidad internacional ve al mandatario de los Estados Unidos de Norteamérica separar familias, padres de hijos por una política draconiana, la rabia se suma a la desesperanza pero no. Aunque la violencia en México o la inhumana administración de Trump parezcan marcar un destino fatal, justo es todo lo contrario.
Necesitamos estos espejos para vernos y aprender. Para vernos y exigir. Para vernos y crecer. No hay madurez sin experiencias. Y la prueba de esta evolución es la participación ciudadana cada vez más fuerte, cada vez más organizada; cuando el árbol es talado, cuando un perro es maltratado, cuando un niño es alienado, cuando un pueblo es ignorado, viene la reacción, como nunca antes. Hemos aprendido.
Parece lento, quizá lo es. Pero es su tiempo. Con más atención a las lecciones y con mayor humildad, alcanzaremos ese punto en armonía, con una conciencia más despierta que permita encontrarse en la mirada del otro.
Parece que no, pero ahí vamos.