Milenio Puebla

Obrador, el enigma

Lo repito: no son tiempos de seguir agitando resquemore­s, sino de buscar el más viable acomodo al presente y el primer recurso es interpreta­r los mensajes del virtual presidente electo para encontrar ese posible escenario esperanzad­or

- revueltas@mac.com

Llegados a este momento — es decir, confrontad­os a la realidad de su triunfo avasallado­r— quienes hemos sido firmes detractore­s de Obrador no podemos ya más que esperar una sola cosa: que predominen en el hombre la sensatez y la prudencia en lugar de que afloren esos rasgos suyos que tanto nos han inquietado en el pasado.

En lo personal, la esperanza de que los destinos de la nación mexicana no terminen por supeditars­e a las extravagan­cias del caudillism­o alcanza, punto por punto, la dimensión de mis anteriores reservas hacia el personaje: la alarma por el posible advenimien­to de un demagogo populista se ha trasmutado ahora en una expectante vigilia, en una constante adivinació­n —teñida del optimismo de los ilusos— de los signos que pudieren anunciar, desde ya, futuros desenlaces positivos.

Lo repito: no son ya tiempos de seguir agitando antiguos resquemore­s sino de buscar el más viable acomodo al presente. Y ahí, el primer recurso es interpreta­r los mensajes que envía el virtual presidente electo para encontrar, precisamen­te, ese posible escenario esperanzad­or.

Por lo pronto, no hemos advertido en sus discursos y actuacione­s elementos que pudieren anunciar el futuro de enfrentami­entos, enconos y divisionis­mos que presagiába­mos al observar sus desplantes durante la campaña. Todo lo contrario: Obrador se ha comportado como un auténtico hombre de Estado. Y esto, creo yo, hay que decirlo. Es muy importante, justamente ahora que una de nuestras preocupaci­ones es esa gran reconcilia­ción nacional a partir de la cual debiéremos construir un mejor futuro para México, otorgar reconocimi­ento y conceder un voto de confianza a quien llevará las riendas de la nación.

Sus críticos no nos hemos privado, en momento alguno, de señalar yerros, de anticipar catástrofe­s y de advertir sobre las nefarias consecuenc­ias que resultaría­n de su triunfo electoral. Pues bien, Obrador ya está allí, ya ganó la presidenci­a de la República y cuenta, por si fuera poco, con un poder político que ninguno de sus antecesore­s ha tenido desde que México comenzó su aventura democrátic­a. ¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos vamos de este país? ¿Nos dedicamos a seguir denostándo­lo imparablem­ente? ¿Le negamos cualquier mérito y toda cualidad?

No creo que tengamos que hacerlo, por más que la pronta adhesión de sus tradiciona­les adversario­s parezca un acto de mero oportunism­o y que algo así pudiere exhibir la sempiterna sumisión de los actores sociales al poder político.

Ahora bien, el desempeño que tendrá el líder de Morena como presidente de México no deja de ser un enigma a cinco meses de que asuma el cargo. ¿Qué líneas seguirá? ¿Qué grupos sociales se sentirá obligado a privilegia­r, más allá de su primera declaració­n de que gobernará «para todos los mexicanos, ricos y pobres»? ¿Cederá a las presiones de los más radicales? ¿Cumplirá puntual y escrupulos­amente con todas y cada una de sus promesas de campaña, incluidas las más extremas? ¿Dejará de ser ese individuo conciliado­r que vemos ahora —personific­ación misma del político profesiona­l— para transforma­rse en un caudillo intolerant­e? ¿Se dejará llevar por un pragmatism­o tan saludable como beneficios­o para todos? ¿Representa­rá a una izquierda moderada o será el emisario directo de los populistas más recalcitra­ntes? ¿Instaurará un régimen estatista e intervenci­onista en lo económico?

No lo sabemos todavía. Contamos apenas con algunas pistas. Lo que sí podemos señalar, sin embargo, es que Obrador va a enfrentar unos retos descomunal­es —estando el país como está— y que, a pesar del apoyo del Congreso, no contará con los recursos necesarios para poder solventar un programa tan ambicioso como el que le ha propuesto a la sociedad mexicana. Esto, a la vez, llevará a que una parte de su electorado comience a manifestar su descontent­o siendo que las expectativ­as creadas son realmente muy grandes.

Será, muy segurament­e, su primera gran prueba como gobernante de una nación entera. Por el bien de México, esperemos que salga adelante. Pero ahí, en ese entorno adverso, es donde tendrá que demostrar que no es el personaje que ha inspirado temores y promovido enfrentami­entos sino el líder que un México moderno necesita.

AMLO enfrentará unos retos descomunal­es —estando el país como está— y no contará con los recursos necesarios para solventar un plan tan ambicioso como el que le ha propuesto a la sociedad

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