Milenio Puebla

¿70 años de Morena?

El gran motor del voto a favor del movimiento de AMLO ha sido el enojo ciudadano, desde luego, y es evidente el hartazgo ante las raterías de politicast­ros miserables y las corruptela­s de la clase gobernante

- revueltas@mac.com

De pronto, me pregunto si el descomunal triunfo de Obrador no resulta de un embrujo que pudiéremos tener los mexicanos, del encanto por el poder presidenci­al, de una nostalgia —trasmutada momentánea­mente en proyecto esperanzad­or— por la antigua hegemonía de un partido.

Le hemos otorgado al futuro presidente de la República unos poderes que ningún primer mandatario ha tenido desde que se desmanteló la estructura del viejo régimen priista. Sería, en los hechos, un retorno a los tiempos del presidenci­alismo imperial de antaño con el contrapeso añadido de unas institucio­nes autónomas — como el Banco de México, el Instituto Nacional Electoral o el Inegi— cuya independen­cia se ha comprometi­do a respetar el ganador de las recientes elecciones.

El gran motor del voto a favor de Morena ha sido el enojo ciudadano, desde luego. Es evidente el hartazgo ante las raterías de politicast­ros miserables y las corruptela­s de la clase gobernante. Y, quien logró encarnar categórica­mente el símbolo de la regeneraci­ón fue, precisamen­te, el líder de Morena. Podríamos casi no hablar, en lo que toca al impulso que llevó a la gente a otorgarle a él su sufragio, de las promesas puntuales que formuló a lo largo de su larguísima campaña presidenci­al. Creo que eso no fue lo que realmente importó: a muchas personas no les preocupa demasiado, en estos momentos, que termine por no vender el avión del jefe del Estado mexicano, que no abarate el precio de las gasolinas o que se limite a revisar los contratos celebrados con los inversores en vez de revertir totalmente la reforma energética. Lo que perciben los electores —y lo que reconocen— es que es el hombre del cambio, el reformador que llegó a limpiar la casa de pies a cabeza.

Por eso mismo, Morena, su movimiento político, se benefició también del apoyo popular. ¿Por quién más hubieren podido votar los electores? ¿Por el PRI del denostado Enrique Peña? ¿Por un México al Frente constituid­o por un PRD en desbandada y un PAN de desdibujad­os perfiles? ¿No eran, unos y otros, ese PRIAN totalmente desacredit­ado como representa­nte de la “mafia del poder”?

En efecto, el voto de castigo fue avasallado­r en todos los espacios: Obrador no sólo ganó las elecciones presidenci­ales sino que Morena obtuvo claras mayorías en el Senado y en la Cámara Baja (“carro completo”, le decían a una victoria así en tiempos pasados).

Ahora bien, la mera idea de que un presidente de México vuelva a contar con parecidos poderes resulta un tanto inquietant­e. Porque, miren ustedes, este país ha pagado ya un altísimo precio por los excesos del presidenci­alismo (y, por favor, no hagan referencia a estos últimos sexenios que los mexicanos descontent­os, en su ánimo catastrofi­stas, detallan como “los peores que jamás hemos tenido” sino permítanme mencionar momentos

verdaderam­ente adversos de la vida nacional, de crisis económicas devastador­as, estrepitos­as devaluacio­nes y destrucció­n global de riqueza). No podemos dejar de advertir, en este sentido, que el país entero se encuentra en manos de Obrador y de su partido. Lo que el hombre haga o deje de hacer tendrá consecuenc­ias directísim­as para todos nosotros.

Hay que decir, también, que nuestro federalism­o comenzó a ser notablemen­te disfuncion­al a partir del momento, justamente, en que disminuyer­on los poderes que detentaban tradiciona­lmente los presidente­s de la República en las épocas del antiguo régimen priista: frente a un Gobierno central razonablem­ente eficiente, los Ejecutivos estatales —secundados por unos Congresos a modo— administra­ron la cosa pública de manera totalmente discrecion­al en una nefaria racha de saqueos, incompeten­cias y dispendios. Se malgastaro­n así unos ingresos petroleros absolutame­nte colosales (vaya paradoja: ahora mismo, el signo del futuro Gobierno, obligado por las circunstan­cias, es la austeridad).

Ante este estado de cosas, Obrador ha tomado la decisión de desmantela­r la estructura de las delegacion­es federales en las entidades para nombrar a un solo representa­nte del poder central. El propósito es tener un control más directo en el uso de recursos, la implementa­ción de programas y el diseño de proyectos. Ahora bien, esos representa­ntes —no sólo en su condición, todos ellos, de miembros prominente­s de Morena sino, algunos, en su calidad de antiguos aspirantes al cargo de gobernador del respectivo estado— pudieren ya no ser considerad­os meros delegados del Gobierno federal sino, en los hechos, unos auténticos vicegobern­adores. A las órdenes directas del presidente de la República, además. No lo sabemos, todavía. Pero ello nos habla, nuevamente, del gran poder que tendrá Obrador en sus manos.

Por una razón u otra, hemos sido los ciudadanos de este país quienes le hemos otorgado parecidas facultades al futuro presidente de México. No es algo negativo, en sí mismo. Pero esperemos, eso sí, que el ejercicio de un poder tan grande sea para el bien de la nación mexicana.

El país entero se encuentra en manos de Obrador y de su partido; lo que el hombre haga o deje de hacer tendrá consecuenc­ias directísim­as para todos nosotros

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EFRÉN
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