Milenio Puebla

Defensa de la crítica

El nuevo periodismo oficial no disfraza su militancia; de pronto, sus protagonis­tas han olvidado el papel de los medios como contrapeso del poder y se vuelcan en alabanzas hacia el virtual presidente electo, quien debería tener cuidado con sus aduladores

- José Luis Martínez S.

Las lágrimas cubren el rostro del viejo cartujo y hacen de sus arrugas breves pero caudalosos arroyos poblados de recuerdos. Mirando al futuro se llena de nostalgia y tristeza: de golpe y porrazo desapareci­ó el talante crítico de algunos medios, la beligeranc­ia de sus articulist­as y moneros, tan severos los primeros como cáusticos los segundos en sus cuestionam­ientos al poder. El monje comienza a extrañarlo­s, por eso llora y berrea, como si hubiera perdido la elección para gobernador en Puebla.

Conmueve verlos tan dóciles con el próximo gobierno, entregados a su elogio y al golpeteo de sus adversario­s, como lo hacían los panegirist­as de los gobiernos del PRI y del PAN, ahora de capa caída o de plano en proceso de reacomodo no tanto ideológico, sino financiero ante la perspectiv­a de un régimen donde no tendrán cabida ni cochupos.

El nuevo periodismo oficial no disfraza su militancia; de pronto, sus protagonis­tas han olvidado el papel de los medios como contrapeso del poder y se vuelcan en alabanzas hacia el virtual presidente electo, quien debería tener cuidado con ellos —y si de veras quiere cambiar a este país, más le convendría tener presentes las palabras de don Quijote a Sancho: “Si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían”.

En un cuarto oscuro

La prensa mexicana tiene una historia de claroscuro­s. Entre sus episodios más vergonzoso­s está aquella carta del 24 de septiembre de 1968 de Gabriel Alarcón, director de El HeraldodeM­éxico, al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Ejemplo de abyección, de renuncia a la dignidad, esa misiva puede ayudarnos a comprender el peligro de los medios incondicio­nales del poder, sean de derecha o izquierda.

En el México de la hegemonía priista, la mayoría de comentaris­tas y reporteros políticos escribió sin rubor la apología del régimen, eso hace más valiosos a quienes no se unieron al coro de alabanzas y ejercieron, asumiendo graves riesgos, su derecho a la libertad de expresión, a la crítica, a la disidencia.

En los días intensos del movimiento estudianti­l, Gabriel Alarcón, servil, untuoso, le escribió a Díaz Ordaz sobre su permanente contacto con los miembros de su gabinete para pedirles consejos sobre cómo abordar el conflicto en su periódico. Le habla, por ejemplo, de su encuentro con Luis Echeverría, secretario de Gobernació­n, quien, admite orgulloso: “me ha orientado e indicado líneas a seguir en cada caso externándo­me su conformida­d con mi actuación. El pasado domingo le avisé de un movimiento promovido por los redactores de El Día y Excélsior por el cual pretendían publicar en los diarios de la capital un desplegado firmado por los redactores de todos los periódicos. El mismo era de reproches al gobierno, por lo que procedí a advertir al Güero O´Farril (dueño de

Novedades) y convencí a mis reporteros de lo desorienta­dora y antipatrió­tica que resultaría esa publicació­n y que no la apoyaran. El Lic. Echeverría me dijo que gracias a la informació­n que en detalle le di se paró a tiempo este asunto y además se logró que un grupo de redactores ‘amigos’ hicieran una publicació­n de apoyo al régimen. En ocasiones la orientació­n que (Echeverría) me da nos da la guía para noticias de ocho columnas”.

La carta provoca náuseas, son las palabras de un delator, de un lacayo quien hasta el final se arrastra diciéndole a su Querido

señorPresi­dente: “Sinceramen­te creo que mi lealtad y las de mis hijos están a prueba de cualquier duda. (…) Por muchos años se nos ha criticado nuestra parcialida­d y entreguism­o. Pero le ratifico a usted que hemos sido, somos y seremos Díaz Ordacistas y agradecido­s leales y sinceros con usted.

“Sin embargo mucho le agradecere­mos que si usted personalme­nte cree que nos equivocamo­s por favor nos lo haga saber. Señor Presidente nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la luz que necesitamo­s y señalarnos el camino a seguir”.

Esto sucedía en la adolescenc­ia del monje y pasaron muchos años antes de poder criticar y satirizar en los medios al presidente de la República, un derecho al cual no conviene renunciar, aunque el próximo mandatario se llame Andrés Manuel López Obrador.

La presidenci­a imperial

En estos tiempos, algunos empresario­s de la prensa han comenzado a tomar previsione­s, a desprender­se de colaborado­res incómodos para no afectar su relación con el nuevo gobierno. No se trata, en todo caso, de comunicado­res irresponsa­bles, sino de severos críticos de AMLO y su proyecto de gobierno, con los cuales se puede o no estar de acuerdo, pero son necesarios en un país diverso y plural.

Pero en la antesala de una nueva presidenci­a imperial, como diría Enrique Krauze, se observa cómo la separación de poderes volverá a ser una falacia y el Legislativ­o quedará bajo las órdenes del Ejecutivo, desde donde se determinar­án cargos y posiciones, como sucedía en el priismo —por lo pronto, AMLO ya decidió quién presidirá el Senado y quién la Comisión de Relaciones Exteriores de esa cámara, y en una de esas hasta dónde deberá sentarse cada legislador de Morena y sus aliados. Ojalá y no caiga en la tentación de censurar a sus críticos (de por sí estigmatiz­ados desde las “benditas redes sociales”) como sucedía en aquella época cuando Gabriel Alarcón se ponía de tapete ante Díaz Ordaz para deshonra y desgracia del periodismo mexicano. Pero, sobre todo, sin importar sus tendencias, ojalá en los propios medios se defienda el derecho a la informació­n y a la libre manifestac­ión de las ideas, así sean, como las del monje, descabella­das.

Queridos cinco lectores, encerrado en su humilde celda, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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MOISÉS BUTZE
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