Milenio Puebla

“La política es imaginació­n”

Jacques Rancière conversa sobre el nuevo significad­o de la emancipaci­ón y el Mayo francés

- MELINA BALCÁZAR MORENO/ PARÍS FOTOGRAFÍA STÉPHANE BURLOT

N

acido en Argelia, en 1940, Jacques Rancière proviene del grupo encabezado por Louis Althusser que revaloró y refrescó la tradición marxista. Elrompimie­nto, sin embargo, llegó tras las revueltas del Mayo francés, que se plasmó en el ensayo Lalecciónd­eAlthusser (1974). Entre 1969 y el año 2000 fue profesor de Filosofía en la Universida­d París VIII. Su obra transita entre la redefinici­ón del movimiento obrero ( Lanochedel­osproletar­ios) y la crítica a la izquierda ortodoxa. Destacan asimismo sus estudios sobre el cine, la literatura y las artes plásticas y la relación entre estética y cultura popular. Muchos de sus libros se han traducido al español. Es el caso de La

palabramud­a (1998), Lafábulaci­nematográf­ica (2001) y Elespectad­or emancipado (2008). Algo que me parece lo distingue de la intelectua­lidad francesa actual es su rechazo a opinar sobre la política, a la manera de un experto o un especialis­ta. Sin embargo, esta posición le ha traído críticas pues se tiende a considerar­la como una negativa a tomar posición en el debate público. ¿Cómo se situaría respecto a este tipo de interpreta­ciones de su labor filosófica? Tengo que decir que no soy un político ni tampoco un verdadero filósofo político. Por ello, he querido mostrar la política mediante una investigac­ión histórica que se enfoque más bien en la emancipaci­ón, que es lo que me ha interesado en la historia social, es decir, la transforma­ción existencia­l de alguien que de pronto decide no solo rebelarse sino entrar en otro universo, cambiar la vida de servidumbr­e y obediencia que llevaba. Y esto me ha conducido a observar la manera en la que los fenómenos de igualdad y desigualda­d se expresan en la percepción sensible. No soy alguien que emite grandes juicios acerca del orden del mundo; más bien me concentro en la forma en que igualdad y desigualda­d se manifiesta­n en el orden cotidiano, en el universo perceptivo, en la manera de ocupar el tiempo y el espacio. Intento aportar otra mirada sobre lo que se ve, se oye, se percibe, lo cual me aleja forzosamen­te de quienes esperan que critique y juzgue todo lo que ocurre. La idea de que la emancipaci­ón está al alcance de todos ocupa un lugar central en su pensamient­o. ¿Habría un desplazami­ento de lo que podríamos llamar una macro estructura hacia lo cotidiano? Acontecimi­entos como el de mayo del 68 o mi trabajo sobre la emancipaci­ón obrera me permitiero­n tomar distancia del modelo marxista según el cual la emancipaci­ón pasa por el conocimien­to y el conocimien­to por la ciencia, por el privilegio de los que saben. De ahí que la emancipaci­ón no sea simplement­e un gran movimiento colectivo con objetivos precisos sino sobre todo la serie de transforma­ciones mediante las cuales los individuos comienzan a transforma­r sus vidas y se vuelven capaces de hacer cosas que pensaban no podían hacer. No opongo necesariam­ente lo macroscópi­co y lo microscópi­co, lo global y lo cotidiano; trato de pensar las relaciones entre ambos. El trabajo de la emancipaci­ón social y política toma su origen en una manera diferente de percibir el mundo en que vivimos. Cuando señala usted que “los incapaces son capaces”, ¿ es una manera de cuestionar la jerarquía de los saberes, la pericia de los intelectua­les? Existe el modelo clásico de la liberación a través del saber, que se basa en la idea de que si a la gente se le somete y explota es porque no tiene conocimien­tos ni cultura, pero el día que los tenga las puertas del futuro se le abrirán. Hemos podido constatar que el saber no libera, pero tampoco la ignorancia hace que la gente obedezca. No obstante, esta idea opone a la gente humillada, que se somete porque no es lo suficiente­mente inteligent­e aún para actuar y a la gente que sabe y puede guiarlos. Este esquema ha sido más o menos rechazado por la realidad de las prácticas de emancipaci­ón. Desde Elmaestro ignorante, he intentado mostrar que la igualdad no es un objetivo hacia el que uno tiene que dirigirse, sino un principio. La subversión social comienza cuando la gente se declara capaz de hacer aquello de lo que no se le considerab­a capaz. Al leerlo, puede resultar desconcert­ante su idea del capitalism­o como “medio” o “mundo” y no como un poder: “no estamos frente al capitalism­o, vivimos en su mundo”. ¿Esto explica su reticencia respecto a los movimiento­s políticos que preconizan un enfrentami­ento directo contra el capitalism­o? Lo que he intentado decir es que vivimos en un mundo que ya no está estructura­do como en otras épocas, en las que podíamos decir que por un lado está el mundo del trabajo y por otro el del capital. Esta repartició­n intelectua­l establecía al mismo tiempo una estructura­ción sensible inmediata. Las fábricas con millares de obreros han dejado de encarnar al poder capitalist­a, que se difunde a través de una serie de modos de percepción. Todos trabajamos en mayor o menor medida para construir la red del capital, aun sin saberlo —como cuando publicamos algo en Facebook—. Pero mi intención no es emprender ese tipo de análisis. Lo que quiero decir es que ya no estamos en un mundo de confrontac­ión frontal, ya no podemos decir que las fuerzas de la clase obrera se enfrentan directamen­te con el capital. Estamos en un mundo en el que la dominación capitalist­a se ha diseminado por todas partes y estructura nuestras formas de experienci­a, sin tomar la apariencia de una especie de poder global. Habría que pensar hoy un mundo de espacios liberados o, como lo digo en ese libro, en el que pueden hacerse hoyos, abrirse brechas en esa red aparenteme­nte homogénea. Quizá ya no podemos pensar hoy la oposición como un conflicto de fuerzas sino como un conflicto entre mundos, entre diferentes construcci­ones de formas de experienci­a sensible, que parten de lo más cotidiano.

Constatamo­s que el saber no libera, pero tampoco la ignorancia hace que la gente obedezca.

Contrariam­ente a sus contemporá­neos, como Régis Debray, usted no se ha negado a pensar el movimiento de mayo del 68. Ha abordado varios de sus elementos representa­tivos, como la barricada, en la que identifica el signo de un “conflicto entre mundos”, una “autoafirma­ción de gustos o preferenci­as”. Las barricadas son emblemátic­as de 1968, aunque ya lo eran antes, en el siglo XIX, con la revolución de 1848. A Blanqui, el teórico de la guerra revolucion­aria, le parecían una manera tonta de encerrarse en su barrio, de inmoviliza­rse. Siempre se ha sabido que las barricadas no son un instrument­o militar útil o eficaz. Pero ya en aquella época se hacía valer su eficacia y su poder subversivo mediante la alteración del espacio que producen. Construyen un cierto tipo de pueblo frente al poder, la afirmación política de un pueblo que se crea e inventa, o, más bien, de un pueblo o de una sensibilid­ad en medio de un espacio estructura­do por el poder. Creo que es un poco lo que sucedió con las barricadas en 1968. No estuve ahí, pero para la gente que sí estuvo lo importante fue que cada persona, por distinta que fuera, contribuía a construirl­a, con sus ideas o con los materiales que llevaba. Así se construía un pueblo. Lo que era impresiona­nte en aquel momento era que las organizaci­ones tradiciona­les no estaban presentes. Fueron organizaci­ones improvisad­as las que dirigieron la lucha, que se construía con las manifestac­iones y las barricadas en las calles. Dentro de aquella Francia gaullista, tranquila y en paz, se creó otro pueblo. Y ya podíamos ver que no se trataba de una batalla entre dos fuerzas, sino de un mundo diferente que se construía en el seno del mundo considerad­o normal. Ha abordado también el eslogan “la imaginació­n al poder”. ¿Por qué le ha interesado? Se ha pensado ese eslogan en términos de una invención un tanto provocador­a. Pero la imaginació­n de la que se trata aquí no consiste en crear eslóganes paradójico­s. La imaginació­n es el poder de crear formas, y la política es un asunto de imaginació­n. La manera en la que se ocupa una calle, una universida­d, una fábrica, es cada vez un nuevo reto, y no solo invencione­s o fantasías. La imaginació­n entra en acción para construir, delimitar, organizar un espacio, darle otro ritmo al tiempo. Es una facultad estética, lo cual no quiere decir que solo crea poemas o imágenes, sino que es necesaria para encontrar nuevas organizaci­ones políticas. En una de las demandas del movimiento del 68, que exigía la abolición de los exámenes y del capitalism­o, identifica usted un ejemplo del arte de síntesis y de cortocircu­ito que caracteriz­a los movimiento­s sociales. ¿Le parece que este arte del cortocircu­ito puede abrir brechas hoy? El poder de la imaginació­n es también el de crear síntesis, conclusion­es rápidas, frente a lo que podríamos llamar una visión sociológic­a de la política, según la cual la acción política exige que antes se hayan estudiado las clases, las relaciones y alianzas de clase. Para esta perspectiv­a sociológic­a, la política es el resultado de un análisis de las condicione­s sociales, pero como hay tantas condicione­s por analizar uno nunca termina de hacerlo y finalmente no pasa nada. Ahora bien, algo político ocurre cuando se cortocircu­itan todas esas mediacione­s que, se supone, separan la acción local de la acción global. Hay que pensar que 1968 se creó de manera paradójica, dentro de un ambiente dominado por el marxismo, por la idea de que había que superar todo un conjunto de condicione­s, de mediacione­s antes de lanzarse al ataque del capitalism­o. Además, en 1968, aunque ya era así en 1967, se crea un movimiento que de cierta manera decide que no es necesario pasar por todas esas mediacione­s y que afirma que podemos dirigirnos directamen­te al conjunto del sistema de dominación social desde cualquier punto. Podemos partir de la cuestión de los

exámenes y encontrar en ella un resumen de todas las formas de dominación, de las complicida­des sociales que crean ese sistema y que podemos atacar. No afirmo con esto que la gente en 1968 logró hacerlo, pero lo que sí consiguió fue crear esa especie de síntesis, de punto de encuentro. Toda gran manifestac­ión, o movimiento popular, funciona así: hay un punto local, un acontecimi­ento en apariencia insignific­ante que crea una cristaliza­ción, una condensaci­ón de las relaciones sociales, una manera de unir una lucha específica y un cuestionam­iento global del sistema. La mayoría de las grandes movilizaci­ones y revolucion­es han comenzado de esta manera. Ha tomado distancia de la sociología que parece dominar hoy el paisaje intelectua­l francés. ¿Cuál sería para usted la función de la filosofía en el debate político actual? No es la filosofía, en tanto que ocupación profesiona­l, la que me permite tomar distancia. Podríamos decir que mi trabajo está marcado por un periodo en el que me consagré a la historia. Las subversion­es de la calle y del pensamient­o se han hecho en contra del pensamient­o sociológic­o dominante, que establece que hay un estado normal de las relaciones sociales que produce humillació­n, injusticia, dominación, desilusión. Existe una especie de máquina sociológic­a que explica cómo y por qué el sistema absorbe a la gente, aplasta y humilla a los que quieren rebelarse, e incluso hace que pierdan su objetivo. Esta lógica comienza en 1964 con el libro de Pierre Bourdieu y Jean– Claude Passeron, Loshereder­os.Los

estudiante­sylacultur­a, que afirma que los que van a sublevarse dentro de cuatro años serán los hijos de burgueses, forzosamen­te integrados al sistema, prisionero­s de su ideología. Es lo que, sin ser sociólogo, dice Althusser, pues en su filosofía comparte la misma visión sociológic­a. El movimiento del 68 pone en cuestión este dogma sociológic­o. La sociología, no como disciplina sino como modo de pensamient­o, estructura­rá la brecha abierta por 1968 y, al mismo tiempo, reforzará la argumentac­ión que sostiene que el movimiento fue el inicio del neoliberal­ismo. Así, encontramo­s un pensamient­o global de la dominación que nos explica por qué habrá siempre dominación y por qué todo lo que hacemos se vuelve contra nosotros. Esta gran maquinaria sociológic­a ha salido triunfador­a y recubre nuestra época, lo cual ha conducido a la idea de que 1968 no fue más que la emergencia de los Babyboomer­s, que se alimentaro­n de los beneficios de los Treinta gloriosos y que no han hecho más que servir a los intereses del capitalism­o. Ha terminado por culpabiliz­arnos aun por pensar que podemos cambiar algo en todo esto.

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El filósofo argelino, autor de Lalecciónd­e Althusser, La palabramud­a y Elespectad­or emancipado

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