La narrativa política en México: 2018
El acto de narrar es un fenómeno intrínseco en la condición humana, desde ella damos sentido a nuestra existencia
En enero se tomó protesta a 92 nuevos agentes del Ministerio Público
E n términos generales, podemos afirmar que existe una oposición fundamental entre dos energías que rigen, con sus respectivos impulsos, todo nuestro quehacer social e individual: una, nos aviva a explorar y establecer fuertes lazos de comunicación; la otra, nos exige consolidar los propios dominios en la tarea de preservar la identidad particular. Una y otra energía, la visión progresista y del espíritu conservador respectivamente, tienen amplias manifestaciones en los rasgos que configuran la realidad.
El acto de narrar es un fenómeno intrínseco en la condición humana, desde ella damos sentido a nuestra existencia; por ello, cuando una sociedad se recrea en algún aspecto de su realidad, lo primero que lo evidencia es el lenguaje. La crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática que establece los significados dentro de un universo diseñado para buscar y restituir el sentido de la praxis de la realidad.
Al lado de la cultura, en todas sus posibilidades, coexiste la oratoria que modula las esferas de significación que nos instala en ese espacio que llamamos realidad, aspecto que nos conduce a la crítica de nuestra propia compli- cidad como parte del acontecer en los procesos de elaboración de discursos que manifiestan esas posibilidades.
Suponemos que el discurso político permite organizar la praxis de nuestras vidas en las instituciones que nos dan sentido como sociedad. En este terreno, la narrativa política que se enuncia como parte de ese proceso es, sin duda alguna, muestra palpable de lo que somos, o, de lo que pensamos que somos.
Si el discurso político supone la articulación de los valores sociales de una comunidad, en caso específico la nuestra, cabe preguntarnos acerca de esos valores que enunciamos en el actual proceso electoral. ¿Por qué la narrativa en las campañas electorales de las instituciones y organizaciones políticas en nuestro país carecen del mínimo sentido común de ética? ¿Será acaso que la práctica de la ética en el terreno político hace mucho que se disoció? Es evidente, que el problema no es la realidad, si no lo que precisamente hacemos con ella.