Milenio Puebla

CLASISTAS ANÓNIMOS

- “Únicamente, los pobres pagan al contado, y no por una cuestión de virtud, sino porque se les niega el crédito”. Anatole France.

Hola. Mi nombre es Rafael Tonatiuh y soy un enfermo clasista.

Yo pensaba que no tenía ese problema, que ese era un defecto de mirreyes, egresados de colegios particular­es, personas que dijeron que abandonarí­an el país si ganaba un presidente chairo. Siempre presumí que nada tenía que ver con esa gente pretencios­a, pero no es así. Ahora reconozco que tengo un problema con mi manera de juzgar a los demás.

Creía que mi manera de discrimina­r a los demás era normal. Me decía, “no tiene nada de malo reír de vez en cuando con los chistes de Sofía Niño de Rivera”, hasta que descubrí que comprar ropa de marca se había vuelto una obsesión. Obviamente no de marca original, sino ropa de marca

pirata, pero de muy buena falsificac­ión. Mi mamá me decía: “Ya deja de apantallar a los demás, presumiend­o un estilo de vida que no tienes; deja de subir fotos a las redes sociales, sentado en las mesas de los restaurant­es donde trabajas, como si fueras cliente, nomás haces el ridículo. Sé honesto con los demás y contigo mismo. Deja de negarnos, diciendo que nos visitas por una obra de caridad, cuando en realidad vives aquí y no aportas ni un quinto para el gasto”.

Yo le decía a mi viejita: “Es una cuestión de psicología, mami. Si un picudo cree que soy de buena cuna quizás me dé un puestazo, de esos con oficina propia y gastos de representa­ción y cuando eso suceda, nos mudaremos a Atlanta, donde comeremos cereales en inglés, pagaremos impuestos e iremos a los partidos de futbol americano”.

Pensé que mi malinchism­o era normal, como el de cualquier clasemedie­ro con deseos de superarse, hasta que comencé a tener delirium tremens, después de haber discrimina­do a dos que tres indigentes callejeros.

La semana pasada me escribió una amiga por mensaje privado: “Las fotos que me mandaste de Nueva York en realidad son de Santa Fe, conozco esos edificios. Deja de soñar despierto. Si no presumiera­s algo que no eres, quizás me animaría a salir contigo”. Le respondí, ofendido: “Mira, Nestora. Estoy arrepentid­o de haberte acusado de terrorista. Tuve que hacerlo porque así es la política, siempre levanta

rating difamar a las mujeres indígenas, pues los electores son aspiracion­ales por naturaleza. Jamás sospeché que triunfaría el bolivarism­o; si dejas de insultarme, quizás te regale una tablet para que escribas como los blancos, pero si continúas con tu resentimie­nto, tendré que acusarte con la migra para que te regresen a Guatemala”. Estaba tan furioso que tomé mi helicópter­o Uber para viajar a Dubái y jugar golf con mi compa Romero Deschamps, cuando desperté de mi delirio y me vi viajando en un micro, rumbo al expendio de pulques finos Acá pulquito, para jugar rayuela con el Tilingas.

¿Qué demonios te pasa, presumido de mierda? ¿De dónde sacas que solo es bonita la gente rubia, alta y con apellidos extranjero­s? ¿Por qué mascullas incomprens­ibles palabrejas que suenan a inglés, cuando a duras penas pronuncias bien el español? ¿Por qué le llamas gym al gimnasio, brunch al desayuno, shopping a comprar en el mercado sobre ruedas y

roomie al güey que se duerme contigo en el piso de la pulquería? Y lo peor: ¿por qué escondes tu clasismo y te haces el populista, presumiend­o que hasta le llevas el desayuno a la cama a tu sirvienta, cuando en el fondo siempre pensaste en votar por un candidato de derecha, igualito que los latinos de Miami, que a la hora de la hora votaron por el peor dictador de derecha que jamás haya conocido el universo? ¡Contéstame!... Estoy hablando de mí, compañeras y compañeros.

Ahora me avergüenzo de mí mismo. No soy más que un pedante mojón con ojos. Ya no quiero ser así. Quiero recuperar el sano juicio y ver la realidad tal como es, igual que ustedes, que me entienden porque son igualitos a mí y han tenido experienci­as similares, que comparten en este grupo donde cuidamos nuestro anonimato. Me resulta una excelente terapia compartirl­es mis vivencias desde esta tribuna; pero sobre todo, escuchar a los viejos, quienes desde hace tiempo abandonaro­n el mal hábito de farolear, discrimina­r y juzgar a los demás.

Ya para terminar, les dejo unas palabras de mi Padrino: “Respeta otras formas de expresión, de pensar, y sobre todo, de vivir”. Felices 24 horas.

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KARINA VARGAS

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