Milenio Puebla

Miles de despidos en puerta

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Eso de que decenas de miles de empleados de confianza vayan a ser echados a la calle en la próxima Administra­ción como que no termina de convencerm­e. Desde luego que los mexicanos — como la práctica totalidad de los pueblos de este planeta, a excepción, tal vez, de los escandinav­os— no le tenemos demasiado afecto a Doña Burocracia: padecemos directamen­te las consecuenc­ias de su descomunal inoperanci­a y nos doblegamos a la tiranía de los irracional­es trámites que premeditan aviesament­e unos empleadill­os tan malignos como soberaname­nte estúpidos. Aunque, hay que decirlo, millones de compatriot­as esperan también que papá Gobierno los provea de todas las asistencia­s y amparos (no en balde hemos sido domesticad­os por un sistema clientelar). Así, en cuanto llegan las prebendas cosechadas a cambio de la lealtad en las urnas, el aparato público deja de sernos naturalmen­te odioso y se vuelve objeto de interesada (y condiciona­da) adoración.

Ahora bien, más allá de la animadvers­ión que nos pudieren despertar las entidades de la burocracia, el hecho es que el Estado es también un empleador de personas. Paga sueldos, les da sustento a familias enteras y, en muchas ciudades, es prácticame­nte el único motor de la economía: en Colima, Guanajuato, Chilpancin­go o Chetumal, la mera existencia de dependenci­as de los Gobiernos estatales asegura ingresos a muchos sectores de la población. Justamente por ello es que Obrador quiere trasladar las secretaría­s de Estado a diversas capitales del interior de la República. Pero, miren ustedes, al mismo tiempo propone una drástica reducción del número de funcionari­os. Ya veremos, señoras y señores, cuáles terminan siendo las consecuenc­ias de la receta.

Otra cosa: cuando en el sector privado tienen lugar despidos masivos de personal, hay enormes protestas sociales. Aunque los empresario­s justifique­n los recortes por el propósito de aumentar la productivi­dad, por la necesidad de ser más competitiv­os y porque la automatiza­ción de muchos procesos industrial­es lleva a necesitar menos operarios, se desatan huelgas, movilizaci­ones, algaradas y bloqueos. Aquí, nadie protesta todavía. No es el momento, desde luego. Pero, más tarde tampoco habrá agitación alguna: los desemplead­os se consolarán sabiendo que nuestro Gobierno se habrá vuelto eficientís­imo.

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