Miles de despidos en puerta
Eso de que decenas de miles de empleados de confianza vayan a ser echados a la calle en la próxima Administración como que no termina de convencerme. Desde luego que los mexicanos — como la práctica totalidad de los pueblos de este planeta, a excepción, tal vez, de los escandinavos— no le tenemos demasiado afecto a Doña Burocracia: padecemos directamente las consecuencias de su descomunal inoperancia y nos doblegamos a la tiranía de los irracionales trámites que premeditan aviesamente unos empleadillos tan malignos como soberanamente estúpidos. Aunque, hay que decirlo, millones de compatriotas esperan también que papá Gobierno los provea de todas las asistencias y amparos (no en balde hemos sido domesticados por un sistema clientelar). Así, en cuanto llegan las prebendas cosechadas a cambio de la lealtad en las urnas, el aparato público deja de sernos naturalmente odioso y se vuelve objeto de interesada (y condicionada) adoración.
Ahora bien, más allá de la animadversión que nos pudieren despertar las entidades de la burocracia, el hecho es que el Estado es también un empleador de personas. Paga sueldos, les da sustento a familias enteras y, en muchas ciudades, es prácticamente el único motor de la economía: en Colima, Guanajuato, Chilpancingo o Chetumal, la mera existencia de dependencias de los Gobiernos estatales asegura ingresos a muchos sectores de la población. Justamente por ello es que Obrador quiere trasladar las secretarías de Estado a diversas capitales del interior de la República. Pero, miren ustedes, al mismo tiempo propone una drástica reducción del número de funcionarios. Ya veremos, señoras y señores, cuáles terminan siendo las consecuencias de la receta.
Otra cosa: cuando en el sector privado tienen lugar despidos masivos de personal, hay enormes protestas sociales. Aunque los empresarios justifiquen los recortes por el propósito de aumentar la productividad, por la necesidad de ser más competitivos y porque la automatización de muchos procesos industriales lleva a necesitar menos operarios, se desatan huelgas, movilizaciones, algaradas y bloqueos. Aquí, nadie protesta todavía. No es el momento, desde luego. Pero, más tarde tampoco habrá agitación alguna: los desempleados se consolarán sabiendo que nuestro Gobierno se habrá vuelto eficientísimo.