Milenio Puebla

Argumento del pasado

- jgsampe@me.com PAISAJES DE LA MEMORIA Juan Gerardo Sampedro

E so de ir caminando por la ciudad y hacer un recuento de todos los imaginario­s que también la habitan. Es muy humanament­e común, a menos que alguien comience a perder la memoria, lo que sería desastroso en términos del desamparo que esa condición produciría.

Los imaginario­s están en los rincones que vieron los ojos del niño, luego del hombre que va creciendo poco a poco hasta que éstos desaparece­n cuando llega el final de la vida. Y ya, todo concluye. Debe ser por eso que André Breton dijo que “un desamor creciente amenaza a los hombres, sin duda, después la muerte”.

¿Ése era el camino que recorría en los largos paseos que daba con mis amigas primeras? ¿Ése el café turco de la avenida principal?

Quienes por circunstan­cias que se nos otorgaron hemos dividido la existencia entre dos ciudades tan disímiles hemos aprendido a quererlas y a traerlas todo el tiempo en el recuerdo.

Cuando frecuentab­a un sitio del Centro Histórico, el locutor y cronista de radio José Luis Ibarra Mazari, el autor de los Balcones, su columna que mantuvo incluso en la prensa hasta casi el final de su vida, me preguntaba, a manera de simple curiosidad, qué era lo que me venía a la mente con inmediatez de años atrás.

“Pues Radio Mundo y una casa de largos escalones de la 6 Poniente”, le respondía.

La ciudad tenía marquesina­s sí pero las mandó tirar un presidente municipal. Yo lo vi natural porque quitaban visibilida­d a las fachadas pero hubo quien opinó que en época de lluvias no había proteccion­es y que las marquesina­s estaban hechas para eso.

A lo mejor sí pero restringía­n el panorama del trazo de las calles.

Las marquesina­s a los cines, dijo un funcionari­o del ayuntamien­to y eso le daba risa a J.L. Ibarra Mazari quien lo reprodujo en uno de sus balcones.

Y del otro lado queda mucho, todo lo que ha quedado atrás, todo lo que no se dijo, todo lo que no se hizo. Todo lo que ya no existe: aquí había una cabina telefónica para llamadas de larga distancia, ahí siguen los telégrafos donde uno ponía “ya llegué, parientes” “Feliz navidad, hermanos de fe” “encierra a las mascotas, vecina”, etcétera.

Todo aquello que hoy se resuelve con un mensaje en las redes electrónic­as que no conozco ni uso. Ah, mantengo mi máquina de escribir Remington y la maniobro como Dios sólo utilizando el índice de cada mano.

Es verdad, por eso me gusta recorrer las ciudades en las que he vivido, incluyendo las europeas en las que he estado por razones laborales.

Uno es de donde nace, vive y frecuenta de cuando en cuando.

Pero no hay que olvidarlo: las ciudades se transforma­n porque tienen su propia e independie­nte vida.

A los hombres nos fue dada la memoria, eso nos salva del olvido. ¿Qué pasa cuando ésta se trastoca? Simple, todo puede acabarse como si se borrara un buen dibujo de la página de una libreta.

Todo eso lo contemplam­os los terapeutas: quien no acepta su presente y condicione­s actuales, nunca aceptó tampoco su pasado.

Últimament­e me ha dado por retroceder en el tiempo.

Veo que puedo sacar algo de provecho: reconstruy­o en maquetas de la mente lo que se llevó una parte de mí, de nosotros. Habrá de salvarnos la nostalgia.

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