La invisible crisis de seguridad vial
L as muertes viales en México son invisibles. Se asumen como una fatalidad, como un hecho ante el que no hay nada qué hacer, como si se tratara de la salida del Sol.
Cada hora mueren dos personas en colisiones de vehículos en los mal llamados accidentes, 16 mil 39 al año, para ser exactos. Una verdadera crisis de seguridad vial.
En Ciudad de México se sabe dónde ocurre la mayoría de estas muertes, qué días, en qué horarios y, aun así, después de una tragedia nada cambia, nada se hace, como en Reforma, donde se estrelló un BMW y murieron cuatro jóvenes.
Los niños siempre son los más expuestos, sobre todo los de 5 a 9 años de edad; después de ellos los jóvenes de 20 o menos.
Pero son muertes que a nadie conmueven, si acaso son tema para los tabloides sensacionalistas que disfrutan culpando a peatones y a adultos mayores. O en todo caso, ¡al automóvil!
Para los periodistas fue un auto el que atropelló o mató a una persona, como si la responsabilidad fuera de la máquina y no de quien la opera.
Hemos normalizado esas muertes al grado de sentirlas justificadas, como si ese fuera el precio de vivir en las ciudades.
Incluso, cuando se discute sobre cómo controlar las velocidades urbanas, el foco se pone en las fallas de la tecnología o en el contrato, pero nunca porque conducimos por encima de los límites legales.
Así, todo tiende a invisibilizar la inseguridad vial, el mal diseño de las calles, la excesiva presencia de autos y la manera lenta, pero inexorable, en que éstos arruinan las ciudades.
En gran medida los periodistas tenemos responsabilidad cuando mal informamos sobre estos hechos, los desconocemos o, peor aún, los invisibilizamos.
Los efectos de esta crisis pegan a los hospitales, impiden que los niños vayan a la escuela seguros, dejan miles de lisiados y gente con discapacidad permanente con un terrible impacto económico.