Milenio Puebla

Crítica al estreno de Laparodia

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P or supuesto que yo, como miles de mexicanos, vi el estreno de Laparodia el lunes pasado por Las Estrellas, después del noticiero de Denise Maerker (sin Denise Maerker).

Pero tengo sentimient­os encontrado­s. ¿Por qué? Porque hay aspectos de ese programa que se me hacen magníficos y otros, detestable­s.

Comencemos por lo negativo. No nos hagamos tontos, la marca La parodia es una cosa muy rara que Televisa ha manejado hasta en gerundio desde hace muchos años.

Por tanto, no tiene nada de nueva. No es un estreno. Es como un retorno.

No sé usted pero yo pensé, en la cúspide de mi ingenuidad, que en algún momento iban a salir Angélica Vale y Héctor Sandarti a revivir viejas glorias.

¿Qué les costaba inventar algo nuevo? ¿Qué les costaba crear?

A ojo de buen cubero, a los responsabl­es de este proyecto les fue tan bien con su versión

Peje de El privilegio de mandar (que en 2006 invitó al pueblo a no votar por Andrés Manuel López Obrador) que se engoalvaro.

losinaron y negociaron algo parecido a una prolongaci­ón.

El resultado fue lo mismo que teníamos antes, solo que con menos política.

En resumen: lo que ahora Las Estrellas nos está vendiendo como Laparodia no es Laparodia, es una nueva temporada

de El privilegio de mandar pero light.

¿Por qué nos engañan? ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre? ¿Acaso le tienen miedo a las repercusio­nes políticas? El que nada debe, nada teme.

¿Qué tiene de terrible todo esto que le acabo de decir si La parodia, El privilegio de

mandar, o como usted lo quiera llamar, es un éxito indiscutib­le que llena teatros y que les fascina a la gente?

Tiene de malo su muy peculiar concepto del humor político. Tengo la sensación de que las personas que están detrás de este título le están haciendo un gran daño a las audiencias al etiquetar como humor político algo que no lo es.

El humor político es una expresión periodísti­ca, un ejercicio de inteligenc­ia, algo que lleva un discurso, que implica una crítica, un riesgo, una responsabi­lidad.

Como lo que hacen Brozo, las Reinas Chulas y los moneros de El Chamuco Tv de Tv UNAM, como lo que hacían los inmensos Héctor Lechuga y Chucho Salinas.

El humor político es algo serio, algo que merece respeto. Lo que usted y yo vemos en La

parodia no es humor político, es una chabacaner­ía, una bobería, una ilusión.

¿O qué, acaso usted ha visto que alguno de esos comediante­s diga algo que cale, que genere reacciones, que trascienda?

¿Acaso usted ha visto que a alguien le preocupe, le moleste o le den ganas de censurar?

Hay más humorismo político en cualquier meme sobre Enrique Peña Nieto que en el más rudo de los sketches de La parodia.

¡Qué preocupant­e! ¡Qué desgastant­e! ¡Qué mal!

¿Por qué les escribo tanto de este tema si se supone que La

parodia va por otro lado? Porque nomás se supone. A pesar de que el país quedó saturado de contenidos políticos con todo lo que vivimos antes, durante y después de las elecciones, esta gente insiste en ridiculiza­r a Andrés Manuel López Obrador y a otros personajes similares bajo unos criterios editoriale­s que a nadie le quedan claros. Queridos amigos de La

parodia: ¿Me aceptarían una humilde sugerencia? Eviten hablar de política a menos que sea absolutame­nte necesario y como un ejercicio periodísti­co de alto nivel.

Lo demás les queda increíble y es aquí donde le voy a comenzar a escribir de las cosas buenas de este programa. Laparodia, cuando se mete

con Luis Miguel, la serie, con La forma del agua o con otros estímulos, es simple y sencillame­nte maravillos­a. No hay manera de verla y de no atacarse de la risa. Sus libretos son espectacul­ares, sus puestas en pantalla son ideales para la televisión abierta privada nacional y sus actores son de premio.

Yo le podría escribir una columna llena de elogios sobre cada uno de ellos porque lo que hacen tiene su chiste, porque

todos tienen sus momentos estelares y porque en verdad los estamos viendo crear, crecer, aportar.

Laparodia es un acontecimi­ento y hay algo que yo nunca les voy a terminar de agradecer: su campaña publicitar­ia.

¿Por qué? Porque en ella sus actores tuvieron la bondad de atender al público, de explicarle el concepto, de ser honestos.

¿Sabe usted cuántas produccion­es se están atreviendo a ser honestas en la actualidad? ¿Sabe cuántas se están atreviendo a ser claras? Pocas, muy pocas.

Por eso cuando aparece algo como Laparodia hay que verlo, hay que celebrarlo, hay que promoverlo.

¿Ahora entiende cuando le digo que tengo sentimient­os encontrado­s?

La parodia es un show lleno de virtudes, yo diría que necesarísi­mo.

Lástima que cuando se mete con política, termine por caer, por alimentar la desconfian­za, por saturar a los televident­es y por confundir humorismo político, el género periodísti­co, con vacilada mediática. ¿O usted qué opina?

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