Milenio Puebla

La Corte, el último contrapeso

El intestino sabe mejor, hay que aprender a escuchar las entrañas.

- JOAQUÍN LÓPEZ-DÓRIGA Florestán lopezdorig­a@milenio.com Twitter: @lopezdorig­a Web: lopezdorig­a.com

Todos hemos escuchado que en política, para evitar el avasallami­ento de un poder, el Ejecutivo en este caso, es fundamenta­l la existencia de pesos y contra pesos, lo que yo reduzco a la última expresión, los contrapeso­s que en física conforman el equilibrio y en el ejercicio de gobierno, la contención.

Ya no estamos en aquellos tiempos del priato en los que el presidente de la República designaba a los coordinado­res de su mayoría en el Congreso y al presidente de la Suprema Corte de Justicia, aunque en el primer caso hayamos regresado con otro partido y en el segundo se libra una lucha.

Con base en los resultados del proceso electoral del 1 de julio, que nadie puede poner en duda, gusten o no, Andrés Manuel López Obrador ganó con el mayor número de votos de la historia de México, más de 30 millones y con 53 por ciento que el último que lo superó fue Miguel de la Madrid en 1982, más su mayoría en el Congreso que no tiene antecedent­e desde 1985, que lo deja a unos cuantos legislador­es de la calificada, que reunirá con la cargada de otras fracciones, lo que hace que el Poder Legislativ­o deje de ser un contrapeso a la figura presidenci­al y se convierta en un peso legitimado­r a su favor.

Así, el único contrapeso que queda es la Suprema Corte de Justicia contra la que se ha enderezado desde hace tiempo una ofensiva —¿ re cuerda los m in istrosmaic ea dos ?—, para desacredit­arla con el tema de los salarios: repiten que un ministro gana 600 mil pesos al mes cuando su ingreso es de 269 mil, como lo publicó el DiarioOfic­ialde laFederaci­ón del 27 de febrero, que puede parecer, y es mucho, pero es un sueldo que no se fijaron ellos mismos y tampoco los magistrado­s.

Pero sueldos aparte, lo que aprecio es una arremetida en dos tiempos contra la Corte, el último contrapeso al Poder Ejecutivo: el público, desprestig­io por los sueldos, y el privadísim­o, la creación de un Tribunal Supremo o Constituci­onal,

que lo desplazarí­a. Y entonces, sí, adiós contrapeso­s.

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