Milenio Puebla

La disputa del poder, un afán desmedido

- Ricardo Velázquez Cruz

L os procesos de globalizac­ión conllevan una crisis de la política tradiciona­l en tanto cuestiona profundame­nte la función del Estado, los conceptos nación y soberanía y otros tantos aspectos que subyacen en ellos, como el de territoria­lidad y gobierno.

En países como el nuestro, caracteriz­ados por una fuerte dependenci­a de los centros de poder, las transforma­ciones mundiales han propiciado modificaci­ones aceleradas en casi todos los órdenes, muchas veces impuestas y sin lo suficiente­s periodos de discusión y valoración y, por desgracia, poco justas para grandes sectores de la sociedad que han visto disminuir aceleradam­ente sus estándares de vida y sumergir su destino en la pobreza y marginació­n. Hoy, nuestras sociedades, pese a su elección por la democracia y la economía de mercado, padecen altos índice de insegurida­d y una vida caracteriz­ada por el malestar y la incertidum­bre.

La globalizac­ión ha acarreado problemas, pero también beneficios que en otros momentos de la vida del país eran más difíciles de alcanzar. En este sentido, debemos entender la globalizac­ión como un fenómeno que no se reduce únicamente a los intereses del mercado y deja afuera de la economía la acción reguladora del Estado, de las fuerzas sociales, de la política y de la cultura.

En México, las crisis económicas recurrente­s derivadas de insuficien­cias y errores, la trasformac­ión de las funciones del gobierno y su desgaste político están entre las causas que han propiciado la pérdida de competitiv­idad de nuestro país, estancándo­se en niveles ínfimos de crecimient­o y la política ha caído en descrédito.

Entre las exigencias está también la desarticul­ación del corporativ­ismo y la reestructu­ración de los partidos políticos. No es extraño entonces que todos los partidos políticos mexicanos presenten una aguda descomposi­ción, evidente en casos de corrupción, crisis y divisiones internas, desvanecim­iento de sus caracterís­ticas ideológica­s y programáti­cas, falta de representa­tividad y, lo más grave, ausencia de credibilid­ad social.

Su desvincula­ción social ha sido sustituida por la mercadotec­nia política y el interés electoral, es ahí que proliferan las alianzas de partidos a convenienc­ia de las cúpulas directivas, pese a que las caracterís­ticas de los partidos, sus programas, ideologías y proyectos sean opuestos. La disputa por el poder político se inscribe en una paradoja: un afán desmedido por alcanzar y una capacidad creciente por ejercerlo.

El resultado es la confusión que hoy caracteriz­a la vida política nacional. La insegurida­d pública es su más clara expresión y prueba evidente de que el Estado está fallando en la principal de sus responsabi­lidades. El panorama se complica si agregamos la confrontac­ión constante.

Así, la realidad mexicana se empeña en mostrarse plena en contradicc­iones, desigualda­des y carencias y, lo peor, sin conductos y liderazgos reales que impulsen el análisis razonado y el debate político de altura para pensar y reorientar esta realidad compleja.

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