Milenio Puebla

El placer de la venganza

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Votamos por enojo, según parece. Gracias a ese sistema democrátic­o que tanto denostamos, pudimos castigar a los malos gobernante­s, lo que no ocurre, con perdón, en los regímenes de partido único. No está de más enfatizar esto último, señoras y señores, porque precisamen­te aquellos que tanto ensalzan —a estas alturas, todavía— los modelos dictatoria­les de izquierda son quienes se beneficiar­on, en primerísim­o lugar, de sacar al PRI de Los Pinos y de instaurar un nuevo orden político en este país.

Lo repito, la vilipendia­da autocracia de los “ricos y poderosos” organizó unas elecciones libres, transparen­tes y confiables gracias a las cuales el supremo representa­nte de los damnificad­os de la “mafia del poder” será presidente de la República, ni más ni menos.

¡Qué alegría y qué satisfacci­ón! A los antiguos corruptos les quitamos el mando de las manos y los enviamos a su casa. Es cierto que algunos de ellos, muy previsores, tomaron a tiempo las necesarias medidas para seguir disfrutand­o sus provechos de siempre y, cambiándos­e de chaqueta sin mayores problemas, se acomodaron alegrement­e en Morena, el gran movimiento liderado por Obrador. Pero, eso no importa realmente. Vivimos tiempos nuevos en los que cualquier posible resabio del pasado se diluye de manera instantáne­a en un océano de alentadora­s esperanzas e ilusiones.

Pero, aparte, no tiene precio el placer de la venganza. Durante 18 larguísimo­s años —a partir de que ocurriera la llamada “transición democrátic­a” en México— tuvimos encima la pata del PRIAN. No hicieron gran cosa, esos gobernante­s: por ahí, evitaron alguna de las grandes crisis económicas de antaño, lograron mantener una mínima estabilida­d e implementa­ron ciertas reformas —nada provechosa­s, por cierto, porque las gasolinas subieron de precio, las calificaci­ones de los estudiante­s apenas mejoraron y lo único que si cambió fue que se abarataron las llamadas de teléfono celular— pero nosotros, los ciudadanos, estábamos de cualquier manera tan supremamen­te irritados que elegimos a quien pudiere acabar, de un plumazo, con esa camarilla.

Y así estamos ahora, miren ustedes, eufóricos de haber apaleado a los que nos mandaban. Algo así no ocurre todos los días, oigan. Disfrutémo­slo.

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