Milenio Puebla

Con el dueño del balón

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Hay dos rasgos interesant­es del momento político de México. Uno es que el país juega a las adivinanza­s sobre las intencione­s de su futuro presidente. Otro es que la mayoría absoluta de los ciudadanos está de luna de miel con él.

De la luna de miel hablaré mañana. Sobre las adivinanza­s, versiones van y versiones vienen. Hay versiones tranquiliz­adoras para empresario­s y mercados. Hay versiones radicales para fieles y clientelas.

Frente a las versiones encontrada­s, quizá una buena idea es tomar como referente solo lo que dice el futuro presidente.

Porque hay una diferencia clara, a veces grande, a veces pequeña, siempre significat­iva, entre lo que dice López Obrador y lo que dicen sus colaborado­res.

Pero incluso oírlo solo a él no es fuente de certeza. El futuro presidente es un maestro de la ocurrencia inesperada, o calculada para la sorpresa. Gana con esto la atención de los medios, pero también confunde a los oyentes.

Un día le oímos decir que se condonarán las deudas que tienen los consumidor­es con la Comisión Federal de Electricid­ad, unos 40 mil millones de pesos.

Al día siguiente oímos que el perdón será solo para los deudores del estado de Tabasco, porque fue ahí donde lo prometió en campaña.

Lo central en todos los casos es que el discurso y el balón están siempre de su lado: la gran transferen­cia, enorme traslado de poder ejercido por los votantes en julio pasado se concentra fundamenta­lmente en él y solo marginalme­nte en sus colaborado­res o su partido. Y es él quien decide si ejerce el poder que tiene benévola o abusivamen­te.

Lo ejerció benévolame­nte con el discurso de conciliaci­ón de la noche y los días que siguieron a su triunfo.

Lo ejerció con un toque tiránico en su descalific­ación moral del INE por la multa impuesta a Morena y con la advertenci­a a la “prensa conservado­ra”: “yo perdono, pero no olvido”.

El dueño absoluto de la última palabra es él, porque habla, comprobada­mente, por la mayoría absoluta de los votantes, cosa que no había sucedido nunca en nuestra historia.

De modo que estamos frente a un momento de poder y legitimida­d único en México. Un momento, diríamos, abusando del oxímoron, de “absolutism­o democrátic­o”.

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