Retrato de un periodista
La “pasión insaciable” por el periodismo define la vida de Carlos Marín y sin duda lo acompañará en sus nuevas actividades en Grupo MILENIO; no podría ni puede ser de otra manera con alguien como él, maestro en un oficio “incomprensible y voraz”, como lo muestran sus reportajes, crónicas y entrevistas
El último día de julio Carlos Marín dejó la Dirección General Editorial de Grupo MILENIO “para asumir la Asesoría de la Presidencia Ejecutiva, a cargo de Francisco D. González Albuerne”, de acuerdo con el comunicado institucional. Marín, uno de los grandes periodistas de México, como lo confirman sus crónicas, reportajes, entrevistas, su envidiable olfato para la noticia, como director deja un legado de libertad y pasión por “el mejor oficio del mundo”, según la conocida definición de Gabriel García Márquez.
El 7 de octubre de 1996, en la ciudad de Los Ángeles, donde pronunció esa frase, García Márquez también dijo: “… el periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. (…) Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir solo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.
Resulta difícil leer las palabras de García Márquez sin pensar en Carlos Marín, un periodista todoterreno, curioso, arriesgado, temerario incluso en aras de la información. Es un privilegio haber formado parte de su equipo y contado con su confianza para emprender proyectos como el suplemento cultural Laberinto y mantener esta homilía dominical. Es un privilegio haber aprendido de quien —de acuerdo con Víctor Núñez Jaime, autor de Carlos Marín. Un periodista ante el espejo (Temas de Hoy, 2011)— vive su oficio de manera incesante: “En todas las horas —escribe Núñez Jaime—, a las ocho, a las once, a las seis, en todas las tardes, en todas las noches, en sus ‘ratos libres’, como sea y donde sea, el periodismo ocupa su existencia. Por eso, muchas veces Marín es como un médico de las noticias: las detecta, les toma el pulso, las cuida, las alimenta con sus contactos y nunca, casi nunca, se le escapan”.
En el prólogo de ese libro, Miguel Ángel Bastenier (1940-2017), el gran maestro español y colombiano, autor de El blanco
móvil. Curso de periodismo, destaca la ironía de Marín, su buen humor, su capacidad de sorpresa. Lo llama “suspicaz, perspicaz, pertinaz y algo feroz” y lo incluye — con razón— entre los renovadores del periodismo mexicano.
Un ejercicio libertario
El próximo año Penguin Random House publicará una nueva edición de Manual
deperiodismo de Carlos Marín, un clásico en la materia, firmado en sus primeras ediciones con Vicente Leñero, quien lo impulsó a escribirlo. En ese libro, Marín señala: “Como toda actividad intelectual, el periodismo cumple su función en la medida en que se desarrolla no solamente en libertad, sino como un ejercicio libertario, tanto de quienes lo practican como de quienes lo ‘consumen’”. En este sentido, el periodismo no puede concebirse —y menos en esta época— como un monólogo sino como una conversación con los lectores, áspera o cordial, sobre la realidad, con frecuencia vista y analizada de diferente manera por cada interlocutor.
Por eso, advierte: “La selección de un tema, de los personajes generadores de información, de los documentos que sirven de apoyo; la comprensión final de lo reporteado, el ángulo elegido para su exposición periodística, las palabras y giros empleados, la estructura misma del escrito, su lugar en el ‘paquete’ periodístico del diario, revista, noticiario de radio o televisión o de cualquier medio digital; el espacio y los tiempos que se le destinen, son el resultado de una forma de conocer e interpretar la vida y reflejan, de forma inexorable, una concepción filosófica, una formación cultural”.
Polémico, irónico, Marín es crítico implacable del periodismo militante, del periodismo de causa, y cuestiona a quienes hablan de periodismo de investigación o de datos. Para él, estos aspectos están —o deberían estar— implícitos en el buen trabajo periodístico.
Para Marín: “Por su propia dinámica, el periodismo opera como estimulante y no como sedante del cambio social. Pervierte su función cuando tergiversa, cuando miente, cuando comercia, cuando oculta información. De ahí que el apego a la verdad sea una de las principales responsabilidades de quienes ejercen el oficio de informar”.
Marín nunca pensó ser director de MILENIO. “Yo no busqué este cargo —le dijo a Núñez Jaime, otro periodista de raza— y lo que trato es de cumplirlo a partir de un enfoque sustantivo en esto: el reporteril”. Sin duda, ese espíritu reporteril, esa “pasión insaciable” por el periodismo lo acompañará en sus nuevas actividades dentro de la empresa, no podría ni puede ser de otra manera con un periodista como él.
En lo personal, el monje guardará hasta el último de sus días gratitud y admiración por Marín. Por su defensa a ultranza de la libertad, por su honestidad, por su calidad humana, por su disposición de ayudar a quien lo necesita, por su irremediable alegría. Conociéndolo cobran vida las palabras de otro grande, José Alvarado, quien dijo: “Se sabe de reporteros románticos y reporteros analíticos, mas no se conocen los reporteros tristes (…). Todo reportero de verdad aspira alegría en los olores de las cosas y cree en la armonía de los seres”. Un abrazo, querido Carlos.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.