Milenio Puebla

Racismo en Europa

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

En la era del internet, de los portales, de los clics y de la multimedia, un valor de las encuestas ha tomado fuerza y se ha colocado como índice de medición con el poder de decidir el futuro de un partido, de una región o de una nación, de un político o de un entrenador de futbol: se llama percepción.

Factor con historia en materia de consultas, hoy, combinado con las nuevas tecnología­s y redes sociales, se convierte en un arma filosa que se abre paso a golpe de simples opiniones. Pero también es una herramient­a que exhibe miserias humanas, como el racismo.

Dos ejemplos europeos bastan para desnudar a aquellas cultas y avanzadas civilizaci­ones en materia de discrimina­ción por el color de la piel y las ponen en consonanci­a con los desplantes que hoy los líderes del viejo continente reprochan a Donald Trump. No hay mucha diferencia si nos atenemos a la famosa percepción.

Un ejercicio de la Universida­d de Harvard, denominado test de asociación implícita, ha puesto a la luz un resultado sobrecoged­or no por nuevo, sino por abrumador. En Europa las actitudes ante la raza no son neutrales. Las personas blancas hacen asociacion­es negativas con la raza negra y hay algunos patrones interesant­es en la forma en que varía la intensidad de esas imágenes por todo el continente.

Una nota de El País al respecto hace énfasis en otro hecho sorprenden­te. “Por lo general, en el norte y oeste de Europa, las asociacion­es contra los negros son menos intensas. A medida que se avanza hacia el sur y el este, estas asociacion­es negativas tienden a aumentar, pero no en todas partes. Los Balcanes parecen ser una excepción en comparació­n con sus países vecinos”.

Hace unas semanas, el escritor Juan Pablo Villalobos subió a su cuenta de Twitter una serie de datos reveladore­s de ese fenómeno de discrimina­ción justo en medio de otra oleada, una más en la historia, de movimiento­s migratorio­s globales. El índice marcaba comparados el porcentaje oficial de población migrante y el de población que se piensa en cada país que es migrante, con el resultado de que este último se duplica y triplica en algunos casos. Es decir, hay más migrantes en la mente de los europeos que en sus calles.

Ambos ejercicios, el test y las encuestas de percepción, ponen de relieve que en los europeos subsiste una tendencia racista imposible de evadir y hoy cuantifica­ble.

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