Racismo en Europa
En la era del internet, de los portales, de los clics y de la multimedia, un valor de las encuestas ha tomado fuerza y se ha colocado como índice de medición con el poder de decidir el futuro de un partido, de una región o de una nación, de un político o de un entrenador de futbol: se llama percepción.
Factor con historia en materia de consultas, hoy, combinado con las nuevas tecnologías y redes sociales, se convierte en un arma filosa que se abre paso a golpe de simples opiniones. Pero también es una herramienta que exhibe miserias humanas, como el racismo.
Dos ejemplos europeos bastan para desnudar a aquellas cultas y avanzadas civilizaciones en materia de discriminación por el color de la piel y las ponen en consonancia con los desplantes que hoy los líderes del viejo continente reprochan a Donald Trump. No hay mucha diferencia si nos atenemos a la famosa percepción.
Un ejercicio de la Universidad de Harvard, denominado test de asociación implícita, ha puesto a la luz un resultado sobrecogedor no por nuevo, sino por abrumador. En Europa las actitudes ante la raza no son neutrales. Las personas blancas hacen asociaciones negativas con la raza negra y hay algunos patrones interesantes en la forma en que varía la intensidad de esas imágenes por todo el continente.
Una nota de El País al respecto hace énfasis en otro hecho sorprendente. “Por lo general, en el norte y oeste de Europa, las asociaciones contra los negros son menos intensas. A medida que se avanza hacia el sur y el este, estas asociaciones negativas tienden a aumentar, pero no en todas partes. Los Balcanes parecen ser una excepción en comparación con sus países vecinos”.
Hace unas semanas, el escritor Juan Pablo Villalobos subió a su cuenta de Twitter una serie de datos reveladores de ese fenómeno de discriminación justo en medio de otra oleada, una más en la historia, de movimientos migratorios globales. El índice marcaba comparados el porcentaje oficial de población migrante y el de población que se piensa en cada país que es migrante, con el resultado de que este último se duplica y triplica en algunos casos. Es decir, hay más migrantes en la mente de los europeos que en sus calles.
Ambos ejercicios, el test y las encuestas de percepción, ponen de relieve que en los europeos subsiste una tendencia racista imposible de evadir y hoy cuantificable.